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Al bate y sin guanteZoé Valdés

Ley del robo y de la expropiación

Sepan, españoles, que cada ley socialcomunista los conducirá a otras leyes, a más y más leyes, que contribuirán a despojarlos de todo, hasta el último resquicio de libertad, hasta el último respiro de vida, si el sanchismo lo considerara necesario

El parecido no lo es tanto todavía –pero todo se andará–, la semejanza con aquella Ley de Reforma Urbana implantada en Cuba por los Castro en 1960, a sólo un año de haber impuesto su revolución en la isla, con esta Ley de la Vivienda que se acaba de estrenar en España, no estriba solamente en lo evidente, sino a lo que apuntan algunas evidencias históricas: el control por parte del estado de las propiedades privadas, que cada vez más dejarán de serlo para devenir propiedades compartidas con el Estado, o sea, con el régimen castrista en la época, y con el régimen sanchista hoy.

De ahí al «exprópiese» hay pocos pasos, múltiples intenciones…

Mi padre, ebanista, había heredado de mi abuelo dos mueblerías en la calle Salud, que era la calle de las mueblerías en La Habana. Desde los catorce años trabajaba en la reparación y confección de muebles sin descanso; en una de las mueblerías él y otro señor reparaban muebles, en la otra los confeccionaban, y en ambas se vendían, en lo que era un comercio como otro cualquiera. ¿Quién le iba a decir a mi padre que ese sencillo negocio iría a molestar a Fidel Castro, y a una revolución a la que él había apoyado aunque tímidamente?

No sólo el negocio de mi padre y aquellos que fueron propiedades de numerosos cubanos en la isla incomodaron a Castro, además enseguida fueron nacionalizados, o sea, confiscados, para pasar a ser propiedad del régimen; mi padre quedó como empleado de su propio negocio, y como dependiente del régimen, que le pagaba como lo que ellos decidieron que fuera: como un esclavo.

Peor sucedió con mi abuela paterna, quien era propietaria de un edificio de cuatro pisos en la Calle Dragones, en una de las arterias más populares del Barrio Chino habanero. Tras la Ley de Reforma Urbana, impuesta por Castro, como ya dije, en 1960, mi abuela fue obligada a bajar el precio de los alquileres a los niveles impuestos por el Estado, sucesivamente, como las ganancias no compensaban lo que significa poseer una propiedad: mantenimiento, arreglos, etcétera… el mismo estado le propuso comprársela, con pago retroactivo, o sea, nada, por lo que ya habían pagado en el pasado sus inquilinos, que ahora devenían dueños de sus apartamentos, aunque al 50 por ciento con el estado, y sin derecho a venta de ningún tipo. Mi abuela sólo pudo poseer el apartamento en el que vivía, y al cincuenta por ciento con el Estado, como el resto. O sea, de haber ayudado a construir un edificio, o de haberlo adquirido, con el esfuerzo de dos mueblerías, mi abuela y mi padre se quedaron sin mueblerías, sin propiedades, y sin herencia.

El régimen, al notar el descontento de mi señora abuela, envió a uno de sus esbirros para proponerle que vigilara el barrio de los posibles malhechores y contrarrevolucionarios, no sé si por pánico o por lo que fuera, mi abuela accedió, y se convirtió no sólo en la Jefa de Vigilancia de la cuadra, de los Comités de Defensa de la Revolución, en cuanto fueron creados, sino que además se hizo una de las chivatas más connotadas del barrio, tanto, que inclusive no vaciló en delatar a su propio hijo y de tal modo enviarlo a la cárcel durante cinco años, sin juicio, hasta el exilio definitivo, donde mi padre murió sin regresar jamás a su país. La historia es mucho más larga y tétrica, pero por pudor con ella, con mi abuela paterna, prefiero dejarla ahí…

Esta no es sólo la historia de mi abuela y de mi padre, esta es la historia de millones de cubanos bajo el castrismo, que debieron obedecer a una Ley de Vivienda, o sea, de Reforma Urbana, como la que les acaba de imponer el sanchismo a los españoles. Sepan, españoles, que cada ley socialcomunista los conducirá a otras leyes, a más y más leyes, que contribuirán a despojarlos de todo, hasta el último resquicio de libertad, hasta el último respiro de vida, si el sanchismo lo considerara necesario.

La Ley de Reforma Urbana en Cuba, que aquellos que no gozaban de propiedades aplaudieron hasta el agotamiento, alegres frente al robo del Estado contra los que ellos llamaban «ricos» y no eran más que miembros de la clase media que habían podido desarrollar, esforzados, un patrimonio familiar, muy pronto se volvió contra ellos también, al transformarse en propietarios junto al régimen de un patrimonio castrista que sólo había cambiado de nombre de propietario único: el castrocomunismo. Los nuevos dueños no sólo no podían vender, tampoco sus hijos podían heredar, y el control se amplió a impedir la simple libertad de movimiento a lo largo y ancho de la isla, con informes y prohibiciones previas y duraderas.

Recién, frente a la crisis tras 64 años de demencia y explotación, el régimen aflojó el puño y permitió que los cubanos pudieran comprar y poseer más de una propiedad, aunque siempre al cincuenta por ciento con el Estado. Pero, no olviden, alquileres bajos condujeron a expropiaciones, y a transferencias burocráticas de nombres de dueños de propiedades que sólo beneficiaron a los nuevos ricos: Fidel Castro y su séquito de ladrones.

El comunismo no da nada más que pérdida. Los Castro, Fidel y Raúl, y la recua de familiares que les siguen, pasaron a ser de herederos de un latifundio en Birán, el del padre Ángel Castro, a convertir a Cuba en su finca personal, en su latifundio privado. Es a lo que conducirá la nueva Ley de la Vivienda en España, a convertir a España en latifundio de los comunistas. Tiempo al tiempo.