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Desde la almenaAna Samboal

Dame pan ¿y llámame tonto?

La campaña electoral se ha convertido en una suerte de mercado persa en el que, quien más, quien menos, tiene algo que regalar a los vecinos

El 28 de mayo, cuando llegue la hora de votar, la oferta de vivienda social del Gobierno superará con creces el millón. Al ritmo que va la puja, no descarten que sea incluso más elevada, en cantidad y calidad: casa de estreno llave en mano, con subsidio para financiar los pagos de comunidad y suministros o descuentos en la financiación de los muebles. Las promesas, en campaña, son gratis. Y, como decía Tierno Galván, están hechas para incumplirse. ¿Qué más darán unos miles de más si logran ilusionar a unos cuantos potenciales votantes?

A estas alturas, resiste todavía un segmento relevante de la población dispuesto a creer que el Gobierno está facultado para levantar de la nada, de un día para otro, miles de edificios de pisos en alquiler. O, a lo peor, que tiene el derecho y la obligación de empezar a descerrajar puertas y ventanas para descubrir y sacar al mercado toda esas casas que sus malvados propietarios han decidido mantener vacías. Son los mismos que piensan que, como la Constitución garantiza el derecho a la vivienda, en Moncloa tienen que pagar la letra de la hipoteca a todo aquel que declara que no llega a fin de mes, aunque sea porque se lo ha gastado en birras. Son los mismos que, ante el sólido argumento de la falta de fondos, acaban justificando el recurso al endeudamiento, como si el dinero de los prestamistas fuera maná que cayera del cielo.

El recurso a las promesas siempre ha sido un clásico en las campañas electorales. Los candidatos suelen caer en la tentación de confundir proyecto o programa de gobierno con una carta a los Reyes Magos. Pero los tiempos del populismo que nos azota han exacerbado su natural predisposición a mentir. Ya ni siquiera es necesario que el regalo electoral prometido resulte al menos verosímil. Lo único que importa es que sea efectivo para movilizar al personal afín. Y si Pedro Sánchez se sirve de ello, es que sus sociólogos de cabecera le dicen que lo es.

La inversión en vivienda es la más importante que suele hacer una persona a lo largo de su vida. Así que ¿por qué no ilusionarle después de tantos planes autonómicos y estatales fallidos? Ya vendrán después, cuando sea propietario, a sangrarle a impuestos.

A un mes para la cita con las urnas, el presidente se ha convertido en el campeón de las promesas. No está solo. La campaña electoral se ha convertido en una suerte de mercado persa en el que, quien más, quien menos, tiene algo que regalar a los vecinos. En Orense, el alcalde ha decidido dar de cien euros a cada uno –bebés incluidos– para gastar en comercios o en vinos, lo que se tercie. En Teguise, el candidato a la reelección regala tatuaje con el nombre del municipio en cuestión: es su personal declaración de amor a su ciudad. Hay otros que envían corona de flores a los tanatorios y se pasan la legislatura entera, día a día, dando el pésame. Y otros tantos que, en la jornada de reflexión, compiten en conciertos.

Personalmente, mi única aspiración es que un día nos traten como lo que somos: adultos.