El terror de las canastas
Los que no encestaban de jóvenes en las canastas, nos encestan de mayores a todos los contribuyentes. Una lección humana que no podemos pasar por alto
Cuando competían juntos en el quinteto de «Estudiantes», el mundo del baloncesto detenía la respiración. Eran conocidos como «el terror de las canastas». Una canasta de baloncesto es una canasta sufriente. Cuando el balón es encestado limpiamente, la canasta no padece. Cuando el balón tropieza con el aro y se forma un barullo de jugadores en pos de conseguir el rebote, la canasta sufre, se siente violada, y desde su anclaje elástico, siente dolor. La pareja de Sánchez y Luismi –Luis Miguel Fernández Aparicio– era ejemplar. Jamás dominaron las canastas del Magariños. Apenas las rozaban en sus lanzamientos. Por desgracia, tanto el uno como el otro no maduraron como jugadores de baloncesto. De haberlo hecho, Sánchez no se habría afiliado al PSOE y hubiese terminado jugando con el Real Madrid, el Barcelona, el Juventud de Badalona, el Vasconia o el Valencia, imponiendo el fichaje de Luismi. Porque eran inseparables como amigos. Y cuando Sánchez fallaba una canasta a huevo, saltaba Luismi por su rebote, palmeaba, y fallaba a huevo también.
Los domingos por la mañana, cuando jugaban Sánchez y Luismi, no se llenaba de público el Magariños. Los padres de Sánchez acudían al espectáculo deportivo con una modesta ilusión. Que su hijo Pedrito, al fin, lograra un enceste. En ese aspecto, Luismi era mucho mejor. Conseguía de media cuatro puntos por partido. Y si por casualidad Sánchez se equivocaba y lograba que el balón lanzado por él se colara limpiamente por el altiplano superior de la canasta del equipo contrario, la celebraran al término del encuentro con un aperitivo en el «Jose Luis» de Serrano, felices, alborozados. «Me ha encantado tu canasta, Pedro»; «muchas gracias, Papá». El deporte facilita ese tipo de emociones.
Al cabo de los años, la amistad de Pedro y Luismi, aquella pareja que aterrorizaba a las canastas del Magariños, se consolidó. Y Pedro, después de ser expulsado de la política por hacer trampas en su partido, consiguió con la ayuda de extraños fichajes alcanzar la presidencia del Gobierno. Pasó de ser el terror de las canastas a constituirse en el pavor de la democracia. Fichó a Iglesias, base del Ladillas Basquet Club, a Rufián, alero del Charnegos del Maresme, a Otegui, capitán del «Euskadi ta Askatasuna» –cariñosamente ETA–, a Puigdemont, propietario del «Maletas de Waterloo», a Garzón, del «Stalin de Baloncesto» y a un caradura de Teruel. Y contrató a un grupo de cheerleaders o animadoras, entre las que destacaban la novia del base del Ladillas, la pezoncillos navarra, la agresiva, la Pam, la chica de los Calvo, y la nena de Gómez, que ya era su esposa. Y como no sabía dónde colocar a Luismi, lo contrató –El Debate lo ha descubierto– en la Sepi como jefe de Seguridad. Su obligación contractual nada tiene que ver con las canastas, aunque nos haya encestado a todos los españoles con su fichaje. También es asesor de Seguridad en la Moncloa, y miembro del Foro de Ciberseguridad, y su cometido consiste en «aportar iniciativas». Iniciativas de cambio, iniciativas estratégicas, iniciativas de crecimiento e iniciativas transversales. La Sepi se ha negado a dar más explicaciones.
Esos cargos reunidos en Luismi le ofrecen la suficiente cobertura para acompañar a los Sánchez y su familia, a viajar en el Falcon o el «Air Bus» para compartir vacaciones de gorra en La Marismilla de Doñana, en la Mareta, en Quintos de Mora, o en donde le salga del entrepernil a su amigo de la infancia, al que hay que reconocerle su fortaleza en el mantenimiento de la amistad de quien fue, junto a él, el terror de las canastas.
Los que no encestaban de jóvenes en las canastas, nos encestan de mayores a todos los contribuyentes. Una lección humana que no podemos pasar por alto.