Las anfractuosidades de la economía
Algo va mal en un mundo en el que los negocios más rentables son las drogas (alucinógenas), las apuestas y juegos de azar, las armas y los alimentos procesados
En buena lógica, la economía (literalmente, «administración del hogar») es el segmento más racional de la vida colectiva. Mas, no es, así, del todo, por muchos modelos matemáticos que incorpore.
Algo va mal en un mundo en el que los negocios más rentables son las drogas (alucinógenas), las apuestas y juegos de azar, las armas y los alimentos procesados. Todos son elementos más o menos destructivos; en cuyo caso, pierde mucho sentido el intento de calcular el valor de la producción de un país, el mítico «producto interior bruto». Se trata, solo, de una aproximación, aunque sus variaciones se midan con decimales.
Resulta incoherente la voracidad fiscal de los Gobiernos (vaya por delante el nuestro) y la incapacidad de acción respecto a los «paraísos fiscales». Uno muy a la mano es el privilegio fiscal de los vascos y navarros. Nadie sabe a ciencia cierta en qué se fundamenta. (Se dice que, en el algoritmo correspondiente, se introduce la raíz cuadrada de menos uno). No parece muy verosímil que sea el precio para que no revivan las guerras carlistas o para que el País Vasconavarro no se independice. Tampoco, es comprensible que la Generalidad de Cataluña haya renunciado a imitar la idea del «cupo» vasco.
Los términos usuales de la vida económica resultan, a veces, despistantes. Pongo un ejemplo. Se maneja con naturalidad el voquible «pyme» (pequeña y mediana empresa) para cualquiera de ellas, sin mayores precisiones. ¿En qué quedamos? ¿Cómo es que la tal pueda ser pequeña y media a la vez? Otra imprecisión es la de «corto y medio plazo», sin advertir cómo puede ser los dos límites a la vez. ¿Cómo se miden los dichosos «plazos»? El empresario «cortoplacista» tiene mala prensa; pero, la realidad nos dice que los negocios se ven obligados a vivir al día. Ya, se sabe, «a largo plazo, todos calvos».
Es curioso el término «negocio », que, en español, equivale a «lo que no es ocio», algo residual. En inglés, se dice business, es como «estar ocupado» en un continuo quehacer. Son dos figaras contrarias.
La gran distinción de una economía se establece entre: (a) Los que compran y venden (los empresarios, comerciantes, profesionales). (b) Los que, solo, pueden vender su trabajo (los asalariados de todas las clases). (c) Los que, ya, no venden nada (los pensionistas). Los dos primeros cuentan con sus respectivas asociaciones profesionales o sindicales. El grupo residual de los pensionistas carece de representación práctica. Es el que, verdaderamente, soporta la inflación.
Se podría pensar que nada es más racional que la economía, pues todas las transacciones se reducen a la unidad contable de la moneda. Además, todos intentan aumentar sus ingresos. Empero, se introduce muchos aspectos irracionales. Por ejemplo, con la acumulación de dinero se despierta la envidia del prójimo cercano.
Para que la economía fuera del todo racional, haría falta un acuerdo completo respecto a la escala de valor que merecen los bienes y servicios. Nada de eso existe; por suerte. Es más, lo usual es que cada individuo ostente su personal valoración. Por esa diversidad, se generan transacciones. El ideal es que, en todas ellas, el vendedor y el comprador terminen satisfechos. La institución donde tiene lugar tales intercambios es el «mercado». Por eso, la expresión «economía de mercado» se antoja redundante. La de «supermercado» es un despropósito.
La economía se convierte en pura política cuando el Gobierno utiliza los datos de la coyuntura como una parte esencial de la propaganda. Maneja varias estrategias: (1) Manipular las estadísticas. (2) Destacar la posible evolución de las tendencias, destacando las más favorables para el bienestar general. (3) Seleccionar los periodistas, portavoces o comentaristas que consideran la acción política del Gobierno como benéfica para la población.
Después de todo lo anterior, caben muchas dudas sobre el carácter lineal de las curvas económicas e, incluso, la pretendida asepsia de la Ciencia Económica. Ni siquiera es un consuelo que el presidente del Gobierno sea doctor en ella.