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GaleanaEdurne Uriarte

Que Irene Montero no nos nuble la vista

Hay Irenes Monteros en todos los países, no solo en el nuestro, y nublan la vista incluso a los pensadores más brillantes

El feminismo ya tenía su imagen bastante deteriorada por el manoseo y la manipulación de la izquierda durante tantos años, pero Irene Montero le ha puesto la guinda al destrozo. Con ese empecinamiento sectario en mantener una ley que ha beneficiado a cientos de delincuentes y con esa pretensión de identificar el feminismo con la extrema izquierda. Cuando el jueves defendía su ley del 'solo sí es sí' apelando al auténtico feminismo, el suyo, el de Bildu y el de ERC, muchos españoles, me temo, pensaban en salir corriendo de todo lo que se llamara feminismo, dadas sus compañías.

Si el feminismo parece ser lo de Irene Montero, o lo de Pam Rodríguez o lo de Isa Serra, pero también lo de Carmen Calvo cuando dice que es propiedad de la izquierda, es inevitable que haya medio país cuestionando el término y el propio movimiento; yo misma me planteé hace unos años si era conveniente buscar otra palabra para hablar de igualdad. Esta contaminación del término por parte de la izquierda tiene la lamentable consecuencia de ocultar la verdad del feminismo liberal, tan relevante o más que el izquierdista. Pero tiene una segunda consecuencia aún más preocupante, y es la pérdida de perspectiva sobre la realidad de la desigualdad y la discriminación.

Hay Irenes Monteros en todos los países, no solo en el nuestro, y nublan la vista incluso a los pensadores más brillantes. Un buen ejemplo es el filósofo francés Alain Finkielkraut, quien en su último libro (La posliteratura, 2022), y tras una certera crítica sobre los excesos del movimiento Me Too, arremete contra lo que llama las «malas ganadoras», es decir, las feministas que no reconocen el advenimiento de la igualdad y que siguen denunciando una discriminación que ya no existiría. Si ya es preocupante que hasta los intelectuales ignoren las grandes diferencias dentro del feminismo, lo es más que nieguen los problemas de desigualdad de oportunidades y de discriminación que las mujeres seguimos teniendo incluso en los países más desarrollados.

No estaría mal que Finkielkraut y unos cuantos más pudieran vivir, aunque solo fuera por un día, la misma experiencia académica e intelectual pero convertidos en mujeres. Para entender lo irritante que es enfrentarse al doble de dificultades para ser respetado, para que se reconozca tu autoridad intelectual, para liderar, para acceder a determinadas posiciones. Y si esto ocurre en profesiones privilegiadas, como constatan muchas mujeres que han vivido esa experiencia, hagámonos una idea de lo que pasa en otros espacios sociales.

¿Una discriminación difícil de probar? No tanto, como muestra una de las mejores investigaciones sobre la materia, que se hizo en Estados Unidos, y que consistió en enviar a laboratorios de investigación el mismo currículum, pero la mitad con nombre de mujer y la otra mitad, de hombre. ¿Qué pasó? Que, a pesar de ser el mismo currículum, se les ofreció el trabajo a muchos más hombres que mujeres, y, además, con mayor salario. Es decir, la experiencia habitual de millones de mujeres en el ámbito laboral. ¿Que la igualdad ha avanzado enormemente en las últimas décadas? Desde luego, pero de momento las cosas siguen siendo más fáciles cuando te llamas Alain Finkielkraut en lugar de María José Finkielkraut.