Cataluña, la violencia y Vox
El grado de violencia y acoso que se da en Cataluña contra los discrepantes políticos no puede acabar bien. Si esto es lo que hacen cuando están gobernando, imaginen lo que podría ocurrir si un día sufren un retroceso electoral relevante y pasan a la oposición. Su odio sería incontenible
En esta época del año procuro volver a mi casa paseando por Chamberí. Tengo la suerte de vivir a poco más de un kilómetro de mi trabajo. La semana pasada me llamó la atención ver un puesto de publicidad de Vox en uno de los principales cruces de mi recorrido, ya cerca de la Castellana. Debían ser sobre las 08:30 de la tarde. Había una o dos personas dialogando con los responsables del partido que allí repartían publicidad y hablaban con quien quería intercambiar opiniones. En el tiempo que tardé en llegar hasta el quiosco y en lo que se demoró en ponerse verde mi semáforo, los representantes de Vox empezaron a desmontar su chiringuito y en un par de minutos había desaparecido. Me fui a casa pensando cuan útil o inútil será hacer este tipo de publicidad, sin conseguir una conclusión clara.
Mi sorpresa fue ver al día siguiente un quiosco de Vox exactamente igual en los informativos de televisión. Pero ése estaba en Lloret de Mar. A nadie le sorprenderá que la localidad catalana sea tierra menos fértil para el partido de Santiago Abascal. Pero lo que allí se vio no era si había mucho o pocos potenciales votantes que se acercaban a los representantes del partido. Lo que vimos fue una pareja –hoy en día hay que aclarar que hombre y mujer, al menos aparentemente– en la que el varón, un tal Cecilio G. es un afamado músico de un ruido al que llaman «rap» y que acompañado de un ser que parecía femenino –vaya usted a saber– agredían, amenazaban e insultaban a los militantes y seguidores de Vox que pacíficamente intentaban difundir su mensaje político. Cuando en un país no se puede hacer propaganda política, es más que cuestionable que eso sea una democracia. Y aunque el grave incidente de Lloret de Mar acabase sin daños físicos relevantes, esto es el principio de la tergiversación de la democracia. Porque esto es lo que hemos visto durante décadas en el País Vasco donde por la fuerza de la presión callejera, de las amenazas, de las torturas psicológicas a los constitucionalistas, se ha conseguido casi borrar al centro derecha constitucional y se ha amedrentado al Partido Socialista hasta llevarle a ser un lacayo del PNV y de Bildu. Los que asesinaban socialistas son ahora socios de confianza del PSOE, como vemos en Navarra. Y veremos a no mucho tardar en Vasconia.
Después está lo del pasado domingo en el Camp Nou. Ahí ni siquiera hay ningún dato de que el agredido sea de Vox. Era un simple aficionado del Atlético de Madrid, que tiene seguidores de todas las ideologías. El buen hombre tuvo la idea de colgar en la balconada ante su localidad una pancarta con el escudo de su equipo enmarcado con la bandera de España. Acabáramos. Un aficionado fue y se la arrancó y después las fuerzas del orden se llevaron al agredido mientras los aficionados aplaudían por que le arrestaran.
Yo no sé si esto es LA realidad de Cataluña hoy. Pero sí se que esto es UNA parte de la realidad catalana. Realidad que no encuentra equiparación en el resto de España. Quizá tampoco en el País Vasco aunque allí sea porque hay demasiado miedo para intentar poner quioscos o pancartas como las aquí mencionadas.
El grado de violencia y acoso que se da en Cataluña contra los discrepantes políticos no puede acabar bien. Si esto es lo que hacen cuando están gobernando, imaginen lo que podría ocurrir si un día sufren un retroceso electoral relevante y pasan a la oposición. Su odio sería incontenible.