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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Comuneros, no comunistas

La conmemoración del valiente sacrificio de los Comuneros de Castilla se ha convertido en un espectáculo de coros y danzas con gentes muy aburridas, porque nada hay más aburrido que un rojo ignorante que no sabe el motivo de su enardecida manifestación

Resultan, por su ingenuidad e incultura, encantadores. Me refiero a los comunistas, socialistas, podemitas y los 67 independentistas castellanos que se reúnen todos los años en Villalar de los Comuneros para reivindicar lo que jamás habrían reivindicado los comuneros. Sucede, con menor intensidad pero pareja incultura, lo que a los catalanes independentistas cuando celebran la llamada «Diada». Ningún catalán combatió por la independencia en la guerra de Sucesión, que fue un conflicto estrictamente monárquico. Quizá por ello se muestran tan enfadados durante la imposición de ramos de flores ante el monumento de Rafael Casanova, ilustre jurista español partidario del Archiduque Carlos y adversario de Felipe V. Porque Cataluña, principalmente, se dividió en dos grupos monárquicos enfrentados. Los partidarios de los Borbón y los seguidores austricistas. Puestos al día, más o menos, como si Cataluña se dividiera entre los leales al Rey Felipe VI y los fieles a Juan Carlos I. De aquella confrontación monárquica, y exclusivamente monárquica, se inventaron la fiesta del cabreo, la «Diada», una fiesta españolísima por cuanto unos patriotas españoles vencieron a otros españoles igualmente patriotas. Que de eso se trató. Ganaron las fuerzas de Felipe V, Felipe V no tomó represalia alguna contra Casanova que mantuvo su libertad y su prestigio jurídico, Felipe V instituyó el Cuerpo de los Mozos de Escuadra, y Blas de Lezo sufrió una mutilación durante el bloqueo por mar a la ciudad de Barcelona. Todo ello, españolísimo.

Los Comuneros –que no comunistas– de Castilla combatieron para crear una Monarquía parlamentaria regida por la Reina Juana, llamada «la Loca», viuda del apuesto Felipe el Hermoso, y madre del Emperador Carlos I de España y V de Alemania, que, a su vez, fue el padre de Felipe II y de uno de los españoles más grandes en nuestra Historia, su hijo natural Don Juan de Austria. Sus líderes, don Juan de Padilla, don Juan Bravo y don Francisco Maldonado fueron tres nobles castellanos que perdieron la partida en la batalla de Villalar frente a las tropas de Carlos I. De ahí que se me antojen ridículas y hasta cómicas las banderolas que muestran todos los años los que confunden el tocino con la velocidad. Esas banderolas moradas con la estrella roja de cinco puntas se las habrían metido por donde los lectores se figuran a todos sus exhibidores, don Juan de Padilla, don Juan Bravo y don Francisco Maldonado de tener ocasión para hacerlo.

Como también es habitual en España, la conmemoración del valiente sacrificio de los Comuneros, que no comunistas, de Castilla se ha convertido en un espectáculo de coros y danzas con gentes muy aburridas, porque nada hay más aburrido que un rojo ignorante que no sabe el motivo de su enardecida manifestación. Los comuneros eran nobles castellanos, partidarios de la Reina Juana, adinerados señoritos, que a decir verdad y en su honor, pagaron con su muerte, mediante decapitación, su revuelta monárquica contra el Emperador. Y ahí se reúnen todos los años los 67 independentistas castellanos, los comunistas, los socialistas y los podemitas, creyendo que lo hacen en conmemoración de tres dirigentes obreros y una revolución social. Los únicos que saben de qué fue la cosa son los vendedores de banderolas, los mismos que se concentran en los alrededores del Bernabéu o del Metropolitano en los días de partido de fútbol.

Y para colmo, unos y otros, los de la «Diada» y los de Villalar de los Comuneros, presumiendo de republicanos.