Obama y Springsteen, izquierda caviar
Su lema podría ser: todo por las clases trabajadoras… levitando desde Pijolandia
Bruce Springsteen, de 73 años, vive desde hace décadas un sostenido romance con la hermosa ciudad de Barcelona, donde este fin de semana ofrece los dos únicos conciertos españoles de su gira en curso. Las entradas volaron en quince minutos, aunque cuestan un ojo de la cara (acudir a estos espectáculos de élite se está volviendo muy difícil por los imponentes estacazos que te arrean y por los abusos de los tenderos digitales). Los recitales contarán con unos invitados especiales, los matrimonios Obama y Spielberg, amigos del cantante de New Jersey. En la víspera de la cita acudieron todos juntos a regalarse con un fino yantar en un restaurante creativo de Barcelona.
De los tres, mi favorito es Spielberg, al que siempre le agradeceremos la emoción inocente de ET, el suspense maníaco de Tiburón o el durísimo y necesario alegato de La Lista de Schindler. Con Springsteen voy y vengo. Me gustan algunos discos de su primera época, pero creo que lleva más de veinte años sin dar en la diana. También me carga un poco ese rollo que lo adorna de superhéroe titánico del rock, que resiste maratonianos despliegues de tres horas, porque una cosa es la música y otra los Juegos Olímpicos. Por expresarlo de otro modo: le encuentro mucha más miga, magia e intriga al viejo Dylan, aunque arrastre una garganta de lija y apenas se levante ya de la banqueta de su teclado. En cuanto al último del trío, Barack Obama, resultó una promesa fallida, un sofista resultón con una pusilánime política exterior, que supuso el banderazo de salida de un declive de EE. UU. más acelerado de lo que cabía esperar.
Obama, Bruce y Spielberg comparten algo: un suave izquierdismo, al que le va como un guante el manido logo de «progresista». En realidad el trío ejemplifica el problema de la izquierda caviar, que tan bien ha reflejado Mark Lilla, un politólogo demócrata desencantado, en su esclarecedor e interesantísimo librito El Regreso liberal. Más allá de las políticas de identidad. Lo que viene a decir Lilla es que esa izquierda metropolitana, que va de divina, a la hora de la verdad da la espalda a los sectores populares que cree defender. En lugar de ocuparse de las inquietudes de las anchas clases medias que conforman la columna vertebral de una nación, ese «progresismo» que levita en Pijolandia se diluye hablando de la identidad y clima y haciendo un énfasis exagerado en el victimismo de las minorías.
¿Cuál ha sido el resultado práctico de esa empanada de la izquierda? Pues que las clases trabajadoras se han ido a buscar soluciones a otra parte, de ahí sorpresas como las de Trump, el Brexit o Meloni.
Los biempensante Obama, Springsteen y Spielberg, ecologistas de jet privado, no le dicen nada a un redneck agobiado de la América profunda, porque simplemente viven en otro universo, el de un izquierdismo difuso que ya no se mancha las manos de polvo.