Cursillo climático para Mónica García
Cuando te paseas espantada por la Puerta del Sol para denunciar que hace mucho calor demuestras un pasmoso desconocimiento de la historia
Un pequeño y cordial recordatorio dirigido a la admirable Mónica García, médico –que ya no ejerce– y madre; feliz multipropietaria inmobiliaria y candidata de la izquierda Möet a la Comunidad de Madrid.
Como sabes, Mónica, mucho se ha escrito sobre el hundimiento del Imperio Romano. Y más que se escribirá ahora que la Roma de nuestros días, Estados Unidos, está iniciado su declive ante nuestra mirada (para felicidad de vuestra izquierda filoputiniana).
A pesar de que sus tesis se consideran superadas, probablemente el libro más conocido sobre el asunto siga siendo Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano, un clásico escrito a finales del XVIII por el ilustrado inglés Edward Gibbon. De magnífica prosa y aguda ironía, fue un personaje curioso. Lo expulsaron de Oxford por convertirse al catolicismo, pero acabó en la masonería e instalado en el rechazo al cristianismo y el judaísmo. En su opinión, los cristianos socavaron desde dentro el Imperio Romano, al importar unas nuevas costumbres. Además, Gibbon añade como razones del declive romano la pérdida de las virtudes cívicas, el creciente autoritarismo y arbitrariedad de los césares, el recorte de las libertades y el empeoramiento de la milicia.
Los estudiosos de hoy han dejado a Gibbon un tanto obsoleto, aunque siga suponiendo un placer leer sus exposiciones, y añaden otras causas sobre la caída de Roma. Una de ellas es un cambio climático entre los años 200 y 400. Y ese fenómeno se produce –pásmate, querida Mónica– cuando todo indica que no existían coches de combustión, ni centrales de carbón, ni aviones, y cuando en toda la Tierra solo vivían 200 millones de seres humanos (hoy somos 7.888 millones).
La Roma clásica se benefició de un clima amable, con suficiente lluvia. Pero en el siglo III llega una gran sequía, que castiga a toda la cuenta mediterránea. Los cultivos decaen drásticamente y aumentan las enfermedades. Curiosamente, todo esto ocurría veinte siglos antes de Sánchez, la niña Greta, los chalados que se pegan a los cuadros de los museos por el clima y las trompetas de Apocalipsis climático bajo las que hoy vivimos.
Y seguimos, Mónica, que hay más sorpresillas. En los siglos VI y VII se registró la que los expertos actuales llaman la Pequeña Edad de Hielo de la Antigüedad Tardía. Un enfriamiento provocado por tres grandes explosiones volcánicas, con una caída media de las temperaturas de -2,5 grados en el año 536.
Entre el siglo X y el XIV discurrió lo que se conoce como el Óptimo Medieval, una etapa de clima benigno. Pero entre 1550 y 1850 llega un enfriamiento a todo el hemisferio norte, la Pequeña Glaciación, se cree que debido a una disminución de la actividad solar y un aumento de la actividad volcánica. En 1789, el Ebro se heló durante quince días. ¿Te imaginas lo que estaríais diciendo los profetas de la seudo religión climática si hoy ocurriese algo así? Los telediarios del Apocalipsis climático harían un serial inagotable y la Sexta y la Sextita (TVE) instalaría un plató móvil sobre el hielo para anunciar el inminente fin del mundo (debido al negacionismo de «la derecha y la ultraderecha»).
Querida Mónica, a la vista de todo esto tal vez concluyas que has hecho un poco el ridi presentándote en la Puerta del Sol con una cámara termográfica para denunciar la malignidad anticlimática de Almeida por no plantar árboles en la plaza: «Récord de calor en Madrid en abril. Hay que tomar medidas para que el negacionismo del PP con el calor no afecte a niños y niñas», clamabas desesperada. Aunque casi te superó tu correligionaria Rita, que logró probar termómetro en mano que en la plaza había 48 grados, más que en las calderas del infierno.
En resumen: es muy necesario contaminar lo menos posible y reducir las emisiones, por supuesto. Todos queremos un planeta limpio. Pero lo que no se puede hacer es amplificar el problema del clima de una manera histérica e ignorando que siempre ha habido oscilaciones de temperaturas y lluvias. Pero eso se llama razonar y estudiar, y da la impresión, querida Mónica, de que tan cansadas actividades te dan una cierta pereza.