Iglesias / Díaz: el rito
Que queden las cosas claras para todos: sólo el Jefe, el Único, sobrevive. Los demás son piltrafa: basura que se arroja por la borda
Es una historia de piratas etruscos. Cruel, como a los usos corsarios conviene. Nos la cuenta Aristóteles en su Protréptico, esa juvenil invitación a la filosofía. Pero la alegoría de la cual hace uso es de clara filiación platónica y, más atrás de ella, pitagórica: habla de aquellos desdichados que «cuando caían en manos de piratas etruscos, eran asesinados por ellos con ingeniosa crueldad: sus cuerpos, uno de un vivo y otro de un muerto, eran atados frente a frente lo más estrechamente posible». Y abandonados al mar en una balsa. El muerto pudriendo al vivo.
Me ha vuelto bruscamente a la memoria la sombría historia, ante el divertido show fratricida con el que, en estos meses preelectorales, Sumar y Podemos nos vienen deleitando, como antes ya nos deleitara, hace unos años, el entrañable cruce de navajas que coregrafiara Iglesias frente a Errejón, viejo amigo del alma. Y, antes aún, frente a Tania Sánchez. Y a Bescansa.
Belarra y Montero por un lado, Díaz por otro, se andan disputando estos días el papel de viva y muerta en ese abandono al océano de los monstruos, en cuya inmensidad desierta ambas se saben destinadas a perecer. Preciso será que las sacrifiquen, ¡qué remedio! Iglesias, aquel viejo caudillo proletario Iglesias, reciclado ahora en próspero empresario y pirata deleitoso, se ha guardado para sí el papel protagonista: ejecutor. Y, en un solo lote que mejora el de los etruscos, ha empaquetado no a dos, sino a tres de sus antaño subordinadas. Y, ¡pataplaf!, del tablón tendido sobre la borda, van a parar a la balsa las tres pardillas, bien ensogadas unas a otras: «Atados los cuerpos vivos con los cuerpos muertos, hasta que se descompongan aquellos junto a éstos».
Ahora, que el destino decida: ¿cuál de las tres antiguas auxiliares del jefe habrá caído cadáver ya sobre las tablas de la precaria balsa?, ¿cuál está empezando en este exacto momento a pudrirse en vida?, ¿cuál las sobrevivirá la última, hasta ser podrida ella misma por la pudrición de las otras? No hay una gran diferencia entre sus respectivas extinciones. ¿Lo que importa? Que están condenadas. Todas. ¿Cuál es aquí el cadáver? ¿Cuál el viviente al cual pudrirá el cuerpo descompuesto? Y, mientras el gusano avanza, ¿qué hay del capitán pirata? ¿El capitán? Pues eso: «Sentado alegre en la popa».
El rito etrusco se ha iniciado. Y no iré a poner yo en duda que, como todo rito, subyace a su refinada tortura una eficacia simbólica indispensable. Que queden las cosas claras para todos: sólo el Jefe, el Único, sobrevive. Los demás –y las demás, of course, no existen en estas cosas del poder demasiadas diferencias sexuales– son piltrafa: basura que se arroja por la borda, antes de que se amontone en exceso. Del Podemos gracias al cual obtuvo el líder supremo mansión y empresa mediática, nada queda. Hay que recomponer la facha, reconvertir el negocio, modernizarlo. Liquidar personal: sobra mucha, mucha gente. Y sí, tiene razón Aristóteles: son verdaderamente crueles estos piratas etruscos.