El invitado molesto
El rechazo de Petro al elitismo no le llevó a prescindir del Rolls-Royce puesto a su disposición ni a declinar residir en el Palacio de El Pardo, supongo que tan plagado de fantasmas antidemocráticos
Cuando invitas a tu casa a alguien es porque crees que lo merece y no resulta correcto darle con la puerta en las narices aunque acabe siendo molesto. Me refiero a la invitación del Gobierno al presidente colombiano Gustavo Petro, uno de los mandarines de la izquierda radical que hoy proliferan como setas en Hispanoamérica. No me tomaría un café con este señor y no dudo que él tampoco conmigo que no soy nadie, pero ha sido nuestro invitado y no veo con buenos ojos que reciba un feo y menos en el Congreso de los Diputados, aunque él no se cortó un pelo y saludó puño en alto, entre la presidenta del Congreso y el presidente del Senado. No me gustó la actitud de Vox al abandonar el hemiciclo porque detrás de la visita estaban intereses económicos y la tranquilidad de empresas españolas en su país. No debes ser educado sólo con quienes sientes cerca de tu modo de entender la vida.
Petro es un tipo ilustrado, aunque en su curriculum oficial reconoció no pocas fantasías en cuanto a su formación. Y porque es ilustrado, o casi, me sorprendió su ignorancia sobre nuestra historia común. Poco antes de volar a Madrid se despachó a gusto sobre la colonización y el «yugo español». A veces es mejor estar calladito. El 20 de julio de 1500 una Real Provisión firmada en Sevilla por Isabel la Católica prohibió la esclavitud. Hasta ella nadie había defendido los derechos de los indios y la esclavitud era normal en el mundo conocido. La Reina Isabel no sólo liberó a los indios, también decretó que los traídos a España fuesen repatriados a América y se les devolvieran las tierras porque desde entonces se les consideraría súbditos de la Corona. Este inicio se completó, llegando a detalles que hoy sorprenden por su actualidad, con las Leyes de Indias, de 1512, las Leyes Nuevas, de 1542, y legislación posterior.
Lo cierto es que lo que denuncia Petro debió suceder mucho después y, de existir, se debería a sus antepasados americanos, no a los españoles. Por delicadeza no entro a fondo en la biografía guerrillera del invitado, desde el Movimiento 19 de abril, grupo promotor, entre otras acciones, de la toma del Palacio de Justicia el 6 de noviembre de 1985, con 350 rehenes entre magistrados, consejeros de Estado, funcionarios y visitantes. Produjo 101 muertos. En su momento Petro –«Aureliano» en el movimiento guerrillero, en homenaje al coronel Aureliano Buendía de Cien años de soledad, de García Márquez– fue imputado por la toma del Palacio de Justicia pero se demostró que no planeó ni participó en aquel asalto. El hoy presidente colombiano ha fundado o militado hasta en seis formaciones políticas distintas y ha sido senador, miembro de la Cámara de Representantes y alcalde mayor de Bogotá.
En Madrid Petro ha dado la nota al no acudir de frac, como señalaba el protocolo, a la cena oficial ofrecida por los Reyes en el Palacio Real. Dijo que era «elitista», «antidemocrático» y «oligárquico». Una memez. La delegación colombiana siguió a su presidente. Tiene suerte en que el viaje fuera a Madrid, si hubiese sido a Londres en tiempos de Isabel II no hubiese habido cena; la Reina no perdonaba saltarse el protocolo; con Carlos III no sé qué ocurrirá. Aquí hemos llegado a una manga ancha mal entendida como populista o popular. Se comienza recibiendo a Pablo Iglesias en vaqueros en una audiencia oficial en el Palacio Real y se termina de mala manera. La historia enseña lo suyo.
El rechazo de Petro al elitismo no le llevó a prescindir del Rolls-Royce puesto a su disposición ni a declinar residir en el Palacio de El Pardo, supongo que tan plagado de fantasmas antidemocráticos. Pero su desvelo anti-oligárquico seguramente es el que produjo su plantón a diez empresarios del Ibex 35 en un desayuno en la CEOE. Le esperaron inútilmente porque a Petro se le pegaron las sábanas tras la francachela de El Pardo. Un invitado molesto, pero invitado al fin. El Gobierno le condecoró con la Orden de Isabel la Católica. No creo que las neuronas gubernamentales fuesen maliciosas al unir el nombre de Petro al de la Reina que él parece detestar tanto. Le deseo buen regreso al lujoso Palacio de Nariño, su residencia oficial en Bogotá.
Salgo pitando a una celebración. Con cierto apuro por si un listillo nos hace un Bolaños.