Fundado en 1910
El astrolabioBieito Rubido

No todo va a ser fútbol

Cuando en Galicia dices «Arsenio», ya no se necesitan apellidos. Su nombre, como el del emperador Adriano o como el del presidente del Real Madrid, Florentino, ya no reclama más detalles

Hace tiempo que sé que tendría que escribir estas líneas, las de la despedida de Arsenio Iglesias, y me resistía a ello. Sé desde hace tiempo que el párkinson iba minando aquel carballo hecho de integridad y honradez y que, inevitablemente, la vida, una vez más, danzaría bajo nuestros pies con el fin de hacernos sentir el vértigo, la fragilidad y la inseguridad que acompaña, de modo indefectible, a la muerte. Fui amigo de Arsenio. De los de verdad. De los que no le daban la paliza para obtener alguna ventaja, perdonen la inmodestia. Fui su amigo para estar horas y horas hablando en una retirada casa de Cerdido, allá por el norte más norteño de Galicia. Tardes enteras de domingo charlando y recordando y, sobre todo, disfrutando de su magisterio y de su bonhomía. Fui amigo de Arsenio para poder escuchar su humildad y el balance que hacía de su vida: «Bieito, si miro de dónde vengo, no me puedo quejar de cómo me trató la vida». Era entrenador de fútbol. Se tomaba muy en serio su trabajo; pero, por encima de todo, era una excelente persona, cualidad infrecuente en ese mundo de vanidades donde se desenvolvía.

Lo conocí bien –me atrevo a decir que muy bien–, por eso quiero, al menos hoy, combatir la contrafigura que algunos periodistas y algunos futbolistas compusieron de él. Era Arsenio un hombre de profunda inteligencia, lo que le llevaba a preparar un discurso muy elaborado que más tarde sintetizaba en una sola frase. El filósofo, «o Bruxo de Arteixo» –denominación de Sarmiento Birba–, era particularmente brillante. Era también un gran contador de historias. La maldad de algunos hizo que varios de esos relatos terminasen circulando con Arsenio como protagonista. La capacidad para tergiversar aquellas anécdotas ha sido infinita. Casi todos los grandes hombres han sufrido esa plaga; pero gran parte de lo que se les adjudica no es cierto. Por ejemplo, él nunca le pidió perdón, siendo un jovencísimo debutante en el campo de Les Corts, al veterano Ramallets por marcarle un gol. Se limitó a recoger el balón del fondo de la red y entregárselo al cancerbero catalán. Uno de sus compañeros le dijo: «Arsenio, solo faltaba que le pidieses perdón».

Dedicó toda su vida al fútbol, donde fue un hombre insobornable, de los más íntegros que he conocido. Honrado como pocos, estuvo siempre lejos de comisiones de fichajes, de alineaciones que él no estimaba oportunas o de ceder ante la grada o las relaciones públicas; incapaz de decirle a un futbolista que diese una patada y alejado de cualquier amaño de partidos vendidos. Todo eso estaba fuera del universo de Arsenio.

Me solía comentar, con su concepción austera de la vida, que si hubiese vestido abrigos tan bien cortados como los de Capello, tal vez hubiese triunfado más. Ropero aparte, Arsenio fue un innovador en el fútbol, un hombre que sabía que armar el equipo atrás garantizaba el éxito de la delantera. Fue, en realidad, un monje de fútbol, el primero en llegar al entrenamiento, el último en marcharse: corría, comía y paseaba con los jugadores. Sabía que eran, en su gran mayoría, unos niños. Su neno por excelencia fue Fran, a quien hizo debutar con 17 años. Un buen día le dijo: «Neno, esto de que el balón llegue con velocidad a tu pie y tú juegues con él, esto te lo dio Dios; ahora, a ver qué pones de tu parte».

Arsenio puso mucho. Su viuda, Carmiña, y sus cuatro hijos, Arsenio, Mari Carmen, Antonio y Pablo, lo saben bien, porque siendo el fútbol su vida, él solía decir: «No todo va a ser fútbol».

Cuando en Galicia dices «Arsenio», ya no se necesitan apellidos. Su nombre, como el del emperador Adriano o como el del presidente del Real Madrid, Florentino, ya no reclama más detalles. Era mi amigo y me encargaré, desde la humildad y desde donde me encuentre, de defender su legado, ya que, cuando pasan los años, la bruma del tiempo borra los perfiles reales de la historia como hace la oscuridad con los paisajes en los que se pierden los árboles que, como los recuerdos, se vuelven vagos. Arsenio Iglesias ha entrado en la categoría de las leyendas. Quienes lo tratamos y lo quisimos fuimos unos afortunados. Era un roble, un carballo, en gallego. Tuvo el acierto de resumir el fútbol con la frase famosa de «orden y talento», y yo añadiría que su vida fue exactamente eso: orden, talento, disciplina, dedicación, honestidad… y amor a los demás.