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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Orden, talento (y retranca); gracias, Míster

Arsenio era más listo que el aire; dueño de una gran inteligencia natural y una coraza de ironía, nos toreaba con su astuta máscara a lo Paco Martínez Soria

Actualizada 13:24

Arsenio Iglesias Pardo se ha ido a entrenar a los campos del cielo a los 92 años, tras una vida plena y una pequeña liza final contra el párkinson. Llegado a la frontera de los ochenta años, todavía resultaba frecuente topárselo por algún recodo paseable de La Coruña, trotando calmo y esquivando las cuestas. La prudencia fue siempre una de sus grandes divisas. Nada en exceso. En la cancha, su lema era «orden y talento». Pero además poseía un ingrediente extra: la retranca, una coraza de ironía gallega de la que nunca se apeaba. «Míster, ¿gol psicológico, no?», le preguntó un periodista televisivo un poco plasta tras un tanto providencial del Dépor. Arsenio lo miró con aquellos ojos de coña: «Sí, sí. Psicológico... y psicodélico».

El Míster, como siempre le llamamos los deportivistas, es parte de una época del fútbol probablemente más bonita que la actual, por la menor carga de divismo. Los periodistas viajábamos sentados en los aviones con los jugadores y Arsenio nos sableaba algún pitillo, o se quedaba de cháchara de noche a las puertas del hotel, soltando su batería inagotable de anécdotas (y velando como quien no quiere la cosa porque no hubiese fuga alguna).

El astuto zorro plateado, nacido en 1930, formó parte de la generación que las pasó canutas con las privaciones de la posguerra. Vino el mundo en una familia labriega de once vástagos, en un Arteixo que estando a solo 13 kilómetros del centro de La Coruña representaba todavía un rural lejano (faltaban todavía más de cuatro décadas largas para que aterrizase en el pueblo el milagro Zara). Era un chaval rápido y fibroso, que despuntó como delantero en un equipo de fútbol modesto de una parroquia arteixana, el Penouqueira. De allí pasó al Deportivo, a donde llegó en 1950. En su primer partido como blanquiazul le marcó un gol al Barcelona en el estadio de Las Corts. La mitología cuenta que recogió el balón de la red y se lo entregó al imponente meta Ramallets con suma docilidad y pidiéndole perdón por haberlo batido: «Usted disculpe, don Antonio». Es una de las muchas anécdotas apócrifas que rodearon a Arsenio, que lo desmentía en estos términos: «Mira, yo soy aldeano, pero no soy tonto».

Arsenio era un entrenador paternalista. Aunque el del fútbol no es un mundo donde prime la lírica, resultaba enternecedor ver el tacto con que bajaba las persianillas de los autobuses si el sol daba en la cabeza de alguno de sus jugadores adormilados en la ruta. También hacía batidas por el comedor, vigilando para que no corriese el morapio. Los maravillosos astros brasileños que jugaron a sus órdenes, Bebeto, Mauro Silva y Donato, lo han despedido como «un padre». Es el mismo sustantivo que eligen sus jugadores españoles.

El míster gastaba fama de defensivo entre las bancadas más puntillosas de Riazor, que eran al deportivismo algo así como el Tendido 7 a Las Ventas. Pero la verdad es que el Deportivo jamás volvió a jugar tan bien como bajo su batuta. Respetaba el talento natural de los buenos, a los que creía que en poco podía mejorar, y hacía jugar con orden a los más cazurros.

Arsenio era más listo que el aire. Veía crecer la hierba y con su pose falaz de cateto, una comedia un poco a lo Paco Martínez Soria, nos toreaba a los periodistas como quería. Yo era un joven y flojo cronista deportivo. Nada sabía de fútbol y apenas me interesaba, pero durante un tiempo me tocó seguir al Dépor. Arsenio alardeaba de que nunca leía los periódicos. Pero la verdad es que se los empollaba de arriba abajo. Cada año la pretemporada se llevaba a cabo en un hotelito de Villalba, el pueblo lucense de Manuel Fraga. Allá me mandó el periódico a cubrir lo que pomposamente llamábamos el «stage». Como repórter que quería ser ocurrente inicié mi crónica de esta guisa: «Pasan las temporadas, pero hay algo que no cambia en el Dépor, los zapatos de rejilla del míster, pura evocación de los años 50…». Al día siguiente, Arsenio pasó por delante de mí en la cafetería del hotel, me miró a los pies de refilón, y me soltó en gallego: «Neno, ¿tú no tienes calor en los pies con esos zapatos tan cerrados?». Era guasón, pero generoso, siempre sin mala entraña. Yo era un gacetillero balompédico miope y en una crónica atribuí un gol a Bebeto, cuando lo había marcado otro. Arsenio se dio cuenta del supergambazo, pero se limitó a susurrarme: «Neniño, tu crónica muy bien… lástima que el gol no lo marcó Bebeto».

El Míster dejó anécdotas que si no son ciertas merecen serlo. El Deportivo disputaba, una vez más, un lance agónico, cuando cerca ya de la campana le marcaron un gol. Aquello se ponía imposible. El centrocampista Aspiazu, que hacía de enlace del técnico en la cancha, se acercó a la banda a pedir instrucciones: «Míster, míster, ¿qué hacemos?». Arsenio, que echaba humo con el cabreo que tenía encima, le respondió desabrido: «¡Ir a cagar!». Aspiazu entendió mal la instrucción: «¡Dice que atacar!», gritó. Y cuenta la leyenda que remontamos.

Cuando el Dépor ganó la Copa, en 1995, el Rey Juan Carlos le dijo unas palabras a Arsenio en la entrega del trofeo. «¿De qué habló con el Rey?», le preguntaron los periodistas. El míster sacó su socarronería a pasear: «Hablamos de cosas de Estado». Tras un sensacional triunfo del Súper Dépor en Villa Park, Arsenio ofreció una rueda de prensa en Birmingham acorde a la dimensión cosmopolita de la cita. Medio en coña y medio en serio, habló como los indios de las pelis de vaqueros, en la idea de que así se le entendería mejor: «Ellos ser más altos, más rubios, más fuertes, pero nosotros defender mejor…». Un genio.

Arsenio llevó al Deportivo de la sima a la cima. Luego en el Real Madrid no tuvo éxito (algún pijín de vestuario le hizo la cama). Disfrutó del ocaso de sus días tranquilamente con su familia en La Coruña, donde nunca dejó ni dejará de ser un ídolo. Frente a las olas de Riazor tiene plantada una estatua. En las letras del pedestal deberían grabar que ese busto rinde homenaje al sentido común, el trabajo bien hecho y el buen humor.

Querido Míster, ahora mismo estamos «muy exigidos», que dirías tú. Andamos perdidos por la Segunda B, pozo al que ahora le ha puesto un nombre cursi, Liga RFEF. Pero contigo empujando desde arriba damos por descontado que volveremos pronto.

Forza Dépor y avante toda. O como decías tú: «Mucha tranquilidad y que Dios reparta suerte». Gracias siempre, Arsenio.

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