¿Corona o república?
Al final, en la práctica, lo cierto es que una buena monarquía parlamentaria sienta de maravilla a las naciones que la disfrutan
El cantante y poeta gótico Nick Cave, al que admiro, es un australiano de 65 años, que desde el cambio de siglo vive en la concurrida ciudad playera de Brighton, al sur de Inglaterra. Cave figura entre los pocos elegidos que han acudido como invitados a la coronación de Westminster. Al hilo de ello, ha reconocido que aunque no se considera especialmente monárquico o republicano, siente «un inexplicable apego emocional» hacia la monarquía.
Creo que esas palabras captan muy bien lo que muchos sentimos. La monarquía encaja a presión en los parámetros de la pura lógica (a estas alturas realmente casi no encaja). Y sin embargo, nos gusta, y sobre todo: funciona.
Los primeros reyes fueron caudillos guerreros exitosos, que se ciñeron la corona de gobernantes. En la Edad Media elevan su categoría declarándose elegidos directamente por la gracia de Dios. Con el tiempo se arribó a las monarquías parlamentarias, donde se conservan las raíces de la historia, pero los reyes ya solo juegan un papel simbólico, sin mando ejecutivo.
Componer un argumentario contra la monarquía es sencillo y tentador, y más en una era donde el mal llamado «progresismo» impone una igualación cebada de rencor y siempre a la baja. En efecto: nadie ha elegido al monarca. El hecho de que resulte bueno o malo atiende a una pura lotería de la cuna, pero luego ya no es posible cambiarlo si su desempeño resulta deficiente. Además, la legitimidad histórica de la institución ha quedado un poco tocada al incorporarse al trono plebeyos, personas como cualquiera de nosotros. La pregunta ante esa novedad salta al instante: ¿Por qué seguir considerándolos realeza si hoy cualquier individuo normal de la calle puede optar a esos cargos? Por último, los republicanos invocan que la monarquía es muy costosa, lo cual se vuelve discutible una vez que se hace en serio la comparación contable con las repúblicas.
Si se aplica la razón a rajatabla, la monarquía en mi opinión lo tiene difícil en un debate. Pero si sumamos las verdades del corazón, como hace Nick Cave, creo que las estupendas monarquías parlamentarias actuales ganan de calle a una república. En unos tiempos increíblemente móviles por obra de la aceleración digital, en los que todo caduca en semanas, la monarquía supone una continuidad que aporta una gran agarradera colectiva. Es un cimiento de estabilidad. Cuando la unidad nacional se ve amenazada, como por desgracia sucede hoy en el Reino (ex) Unido y en España, el Rey se convierte el primer y último parapeto en defensa de la unión. Además, la monarquía es todavía muy popular entre el pueblo. Y el que manifieste lo contrario puede comparar la valoración de los políticos y de los reyes en los países europeos que son reinos.
Por último, la monarquía proyecta un valioso poder blando y opera como una herramienta diplomática muy útil (salvo cuando un presidente ególatra, como alguno que ustedes tal vez conozcan, decide cortarle las alas por puros celos). Los ingleses son maestros en este aspecto. El Reino Unido es un país a la baja, como ejemplifica un simple dato: no hay todavía ni un kilómetro de AVE, más allá del ramal que lleva al Eurotúnel. Pero con una ceremonia tan fastuosa y encantadora como la de este sábado proyectan en todo el planeta una imagen de nación grande y entrañable, que supera en mucho su problemática realidad actual.
Así que nos inclinamos por la monarquía. Pero no por cualquier monarquía. Se requiere ejemplaridad, respeto de la corona por su propia historia y tradiciones, trabajar mucho y hablar poco, y no dejarse llevar por la siempre errada tentación de una modernización exprés de la institución. La monarquía es ante todo historia, por lo que no hay nada que le siente peor que intentar alejarse de ella y mancillar sus propios ritos. Los reyes en chándal y chancletas no funcionan, porque la pompa y circunstancia es parte de su encanto y de su inaprensible magia (como bien saben y han mostrado una vez más los ingleses).
Espléndida coronación de Carlos III, en lo que en el fondo no deja de ser un acto mágico de fantasía que ha embelesado a medio planeta. Por aquí abajo deberíamos perder los complejillos ante una izquierda insufrible. El próximo 31 de octubre, la heredera al trono de España cumplirá la mayoría de edad y jurará la Constitución (hoy amenazada). Por favor, tomemos nota de los ingleses y realcemos ese acto como es debido, no permitamos que Sánchez lo arrumbe en el cuarto de las escobas.