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Agua de timónCarmen Martínez Castro

El final de Sálvame

Cuando Jorge Javier dictó la fatwa de que aquel era un programa de rojos y maricones comenzó la fuga lenta y sostenida de espectadores

Al final Sálvame no se salvó y la nueva dirección de Telecinco ha liquidado la fórmula televisiva que le hizo ganar millones de euros durante años. Si Jorge Javier Vázquez y el resto de su troupe siguieran facturando como antaño es muy probable que la cadena no se hubiera atrevido a retirarlos de la antena, pero si Telecinco ha anunciado semejante cambio estratégico es porque sus espectadores lo habían hecho antes.

Sálvame nunca fue un dechado de exquisitez ni buenas maneras, pero al inicio era divertido. Aunque se empezó hablando de los cotilleos de los famosos, rápidamente tuvieron que cambiar de modelo para esquivar el aluvión de querellas e idearon un formato imbatible: en vez de hablar de otra gente, los de Sálvame montaron el espectáculo con ellos mismos como protagonistas. Ellos se enfadaban entre sí, se insultaban y se reconciliaban, se acusaban y se defendían, se iban ofendidos, pero volvían a los pocos días. Hicieron de las pasiones humanas un puro espectáculo y así cubrieron horas y horas de programación que le salía muy barata y muy rentable a la cadena. Al frente de todo ello oficiaba Jorge Javier Vázquez, cuyo talento televisivo no se puede negar.

Por aquel entonces se calificaba el programa como telebasura y la progresía arrugaba la nariz ante su indudable tirón popular. Pero la nueva izquierda populista rápidamente vio allí un filón para su activismo y se dispuso a colonizarlo ideológicamente. Cuando Jorge Javier dictó la fatwa de que aquel era un programa de rojos y maricones comenzó la fuga lenta y sostenida de espectadores. Aquella confesión no fue anecdótica, luego llegaron las diatribas contra los toros, contra los políticos del PP y finalmente aparición estelar de Irene Montero en los programas de Rociíto. El problema no es que Jorge Javier vaya a un mitin de Yolanda Díaz o Carlota Corredera a otro de Irene Montero; cada uno hace con su tiempo libre lo que quiere. Lo que no soportó la audiencia es que cada programa presentado por ellos se convierta en un mitin político.

Sálvame dejó de ser una diversión descarada e irreverente para convertirse en un insoportable instrumento de adoctrinamiento ideológico. Prueba de ello es que en las redes sociales solo lloran la desaparición del programa los activistas de extrema izquierda.

Por eso el final de Sálvame también tiene una innegable lectura política. Es evidente que los responsables de Telecinco no han abordado una decisión tan disruptiva sin haber encargado antes sesudas investigaciones de mercado. Que hayan decidido sustituir a Jorge Javier por Ana Rosa Quintana, también dice mucho de por donde va la opinión pública en este año doblemente electoral

Pero si algo destaca de esta decisión es que, por primera vez una cadena generalista se atreve a desafiar el monopolio de la izquierda en la industria cultural. Decenas de indocumentados han prosperado en el mercado del espectáculo solo con repetir cuatro consignas progres; hasta algunos bancos han recurrido a este tipo de figuras para hacerse publicidad. Acaso el fin de Sálvame sea también el inicio de un periodo en el que la izquierda ya no tenga la exclusiva ni el monopolio de la industria del entretenimiento.