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HorizonteRamón Pérez-Maura

Tenemos tanto que aprender... (con perdón)

Rindiendo posiciones -y más innecesariamente- no se ganan batallas

Me divirtió mucho –o no– ver cómo ayer una querida amiga, grande de España, se intercambiaba mensajes con mi mujer y otras amigas descalificando la Coronación en Londres y diciendo que nuestra Familia Real es mucho más popular que la inglesa. Nada podría hacerme más feliz que poder sostener eso. Pero creo que la infinita multitud que ayer llenó The Mall en Londres, frente al balcón de Buckingham Palace, y en medio de un tiempo desangelado, no podía contrastar más con lo que vivimos en Madrid el 19 de junio de 2014, hace menos de una década. Entonces también llovió. Pero hacía bastante menos frío que ayer en Londres. Y calculo que el paseo del cortejo real por las calles de Madrid no tuvo ni el 10 por ciento del acompañamiento popular que ayer aguardó a los Reyes de Inglaterra bajo una intensa lluvia.

Ayer quedó claro en Londres que Carlos III no cree que tenga que hacerse perdonar de dónde viene. Antes al contrario, aspira a legitimarse reafirmando sus raíces. Entró en la Abadía de Westminster con vivas corales a él y a la Reina Camila en latín: Vivat Regina Camilla, Vivat Rex Carolus. Hay modernidades que serían contraproducentes.

Por más que muchos se empeñaron en contarnos –y algunos seguimos brevemente su intoxicación– lo de ayer fue exactamente la antítesis de un servicio multiconfesional. Ofició el arzobispo de Canterbury y los representantes de confesiones no cristianas básicamente fueron relegados a un saludo del Rey en el atrio al salir de la abadía tras la ceremonia.

Como ya hemos dicho en estas páginas anteriormente, esta Coronación ha sido una reivindicación perfecta de lo que ha sido la Monarquía británica y sus coronaciones en esa misma abadía desde 1066. A diferencia de lo que se hace en otros lugares, se basa la legitimidad de la Corona en no cambiar nada de aquello sobre lo que se funda. Yo no sé cuántos republicanos y ateos hay en el Reino Unido, pero los que ayer cuestionaron que Carlos III fuera ungido y proclamado Rey del Reino Unido de la Gran bretaña e Irlanda del Norte y otros catorce países repartidos por Asia y América tuvieron una relevancia insignificante por más que algunos medios de comunicación procuraran agrandarlos.

Y no sólo el Gobierno careció de ninguna relevancia en la ceremonia de la Abadía de Westminster. Es que cuando la ceremonia terminó allí, lo primero que hicieron los Reyes fue dirigirse a Buckingham Palace donde en el jardín, fuera de la vista de la multitud que aguardaba su saludo, los Reyes saludaron a las tropas que les rendían homenaje en una escena que te ponía los pelos de punta. Pero lo verdaderamente relevante era lo que se transmitía tras esa ceremonia: El Trono y el Altar en Westminster, más el Ejército en Buckingham. El gobierno leyendo la epístola a los colosenses y gracias. Y nadie cuestionando cuál es el fundamento constitucional del Reino Unido. Cuando plantas cara, suelen ser los que te cuestionan los que salen corriendo.

La ceremonia que se ha vivió en Londres este 6 de mayo ha sido de una perfección inigualable. Imposible apreciar ningún error o disfunción. Sensu contrario, quizá se pueda opinar que teniendo España una Monarquía más antigua, con una línea de Reyes que de padres a hijos o nietos se sucede desde 789, remontándose a Vermudo I, duque de Cantabria, y habiendo dispuesto del espectacular protocolo austriaco, hemos rendido casi todo y por la línea que vamos cada vez habrá que rendir más. Rindiendo posiciones -y más innecesariamente- no se ganan batallas.