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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Por supuesto: que te vote Chapote

Escapa a todo parámetro moral que haya un solo español que vote a un partido como el PSOE, aliado con otro que lleva a siete asesinos de ETA en sus listas

Actualizada 15:52

Los hermanos veinteañeros Francisco y Alfredo Gil Mendoza eran dos de los cuatro hijos de un pintor de brocha gorda de San Sebastián. Como tantos españoles de la década de los ochenta acabaron colgados de las drogas y trapicheando a pequeña escala para costearse su adicción. Corrían las diez de la noche del 7 de agosto de 1991 y los dos yonquis se encontraban sentados en un banco de la principal plaza de Irún. Un joven se acercó con un subfusil. Les dio tiempo a verlo y se levantaron para huir. El agresor comenzó a disparar desde unos treinta metros de distancia. Francisco Gil, de 27 años, fue alcanzado en la cabeza y en la espalda. Lo trasladaron con máxima urgencia al hospital pero ingresó cadáver.

Su hermano Alfredo logró salvar su vida, aunque no precisamente gracias a la colaboración vecinal. Tras escapar a la carrera se refugió en Bar Deportivo, de simpatías batasuneras. Al ver que gritaba pidiendo auxilio subieron a todo volumen la música del local y una camarera le arrojó un vaso.

La justificación de ETA sobre el ataque a los hermanos Gil fue que había iniciado una campaña para liberar a la gloriosa Euskal Herria del narcotráfico. La familia del asesinado se atrevió a emitir un comunicado aclaratorio: «Francisco no era un narcotraficante. No hacía dinero con la droga. Es seguro que traficaba con algunas dosis, pero para conseguir las pesetas que necesitaba para su autoconsumo. No entendemos por qué lo han matado. No servirá para nada. Los drogadictos no dejarán las drogas por haber matado a uno de ellos». Andando el tiempo, algunas investigaciones revelarían el consumo de estupefacientes de los propios terroristas y que ETA se había servido de una alianza con narcoguerrillas hispanoamericanas.

¿Quién mató a Francisco Gil y lo intentó con Alfredo? Fue el comando Irún, de tres pistoleros. Dos de ellos se jugaron a suertes quién se encargaba de asesinar a los hermanos drogadictos. Le tocó a un tal Juan Ramón Rojo González (como se ve, al igual que las víctimas de ancestrales apellidos vascos). Así que Rojo se caló la capucha, empuñó el subfusil y allá se fue encantado. Junto al charco de sangre de la víctima se encontraron doce casquillos de 9 milímetros parabellum. Al asesino lo detuvieron al año siguiente y fue condenado a 30 años de cárcel en 1996. Además recibió otra pena de 27 años por el asesinato de José Ansean, un policía nacional al que mató en Bilbao en compañía del conocido sicario apodado Gadafi.

Pues bien, Juan Ramón Rojo González, un criminal que suma 57 años de cárcel por sendos asesinatos, no solo está ya de vinos por la calle, sino que en un sarcasmo supremo es candidato en la lista de Bildu para Irún. Es decir: aspira a ser concejal en el mismo pueblo donde segó a tiros la vida de una persona indefensa.

Tal y como contó El Debate el pasado martes, en las listas de Bildu hay 44 candidatos condenados por ser miembros de ETA, siete de ellos asesinos con delitos de sangre. Ninguno de esos pistoleros ha expresado remordimiento o ha colaborado para esclarecer los crímenes.

No hay que darle más vueltas: Bildu es ETA. Aunque la siempre decepcionante nacionalista catalana Meritxell Batet llegó a expulsar de la tribuna del Congreso a una diputada de Vox por referirse a los diputados de Bildu como «filoetarras» (que es lo que son, pero en puridad sin el «filo», toda vez que la continuidad de banda terrorista y su partido es absoluta, y dado que llevan a sus asesinos en sus listas y que nunca han pedido perdón).

Y ahora llegan las preguntas: ¿De qué pasta están compuestos personajes como Patxi López, capaz en una misma vida de portar llorando el féretro de su correligionario Isaias Carrasco, baleado por ETA, y de apoyar los pasteleos del PSOE con el partido de ETA? ¿Qué tipo de moral posee Sánchez, que prometió enfático que jamás acordaría nada con Bildu y luego lo ha convertido en socio preferente, que acudió a Ermua a homenajear a las víctimas y a Miguel Ángel Blanco y ahora saca sus leyes adelante con los votos del partido de ETA?

¿Cómo pueden existir todavía millones de españoles capaces de enterrar su conciencia en el fondo de un cajón para votar a un partido hoy infame, el PSOE, que acepta encantado tener como socio a otro que cuenta con asesinos de ETA en sus listas? ¿Cómo puede ser que en una bancada de 120 diputados del PSOE ni uno solo tenga un pellizco de conciencia y se atreva a denunciar la asquerosidad moral que supone la alianza de Sánchez con Otegi? ¿Cómo puede seguir pavoneándose por ahí, de falconazo en falconazo, un político que ha sido capaz de rubricar semejante abyección?

No es nada raro que el líder supremo del PSOE no pueda pisar una calle sin abucheos, ni que tenga que exigir el DNI y un cuestionario previo para asistir a sus mítines blindados. Daba grima verlo en la sesión de control en el Congreso poniendo los ojos en blanco y musitando frases despectivas cuando la oposición le afeaba sus pactos con la ETA política.

Por supuesto: «Que te vote Chapote». Te lo has ganado a pulso.

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