Fleming y Amón
Siempre que comienza San Isidro, me permito recordar al doctor Fleming, descubridor de la penicilina y, por ende, salvador de la vida de centenares de toreros heridos por los pitones de los toros
Presenté días atrás, en un teatro abarrotado de aficionados taurinos, los carteles de la Feria de Santiago de Santander. La Feria del Norte, que ha superado con creces a las Semanas Grandes de San Sebastián y Bilbao. El empresario de la plaza, el sevillano José María Garzón, y el apoyo a la fiesta de la alcaldesa de Santander, Gema Igual, han hecho posible el milagro. Recordé que este Garzón nada tiene que ver con nuestros vergonzosos garzones, Alberto, el vago e inútil ministro de Consumo, y Baltasar, el juez prevaricador inhabilitado, y recientemente contratado por el narcoterrorista presidente de Colombia para no se sabe qué patraña. Y ha comenzado la Feria de San Isidro, de la que nos ha privado Movistar por un problema de liquidez. Ya se sabe que Movistar es una empresa con el dinero justito, y ha decidido equilibrar sus cuentas no renovando el canal dedicado a la Fiesta Nacional siguiendo las órdenes de los animalistas y los ecologistas sandía de Podemos. Lo que irremediablemente sucede cuando una empresa no gana dinero. Que tiene que recortar gastos.
Siempre que comienza San Isidro, me permito recordar al doctor Fleming, descubridor de la penicilina y, por ende, salvador de la vida de centenares de toreros heridos por los pitones de los toros. En Madrid se le recuerda con un sencillo monumento en el exterior de la plaza de Las Ventas. «Al doctor Fleming, en agradecimiento de los toreros. 14 de mayo de 1964».
Mi inolvidable profesor y amigo, Santiago Amón, fue uno de los asistentes a la multitudinaria conferencia que el doctor Fleming pronunció en el Aula Magna de la Facultad de Medicina. El público ocupó todos los asientos, y bloqueó los pasillos. Fleming habló ayudándose de una cuartilla en la que llevaba anotada la pauta de su charla. Como todos los grandes hombres, apenas concedió importancia a su descubrimiento. «De no haberlo hecho yo, otros científicos lo habrían conseguido. Me apoyó la suerte».
Madrid es original en sus reacciones.
Fleming finalizó su conferencia, y el público le correspondió el esfuerzo y la disertación con una cerrada ovación. Mientras correspondía a los aplausos, Fleming decidió deshacerse de la cuartilla utilizada como guión de su conferencia. La arrugó con sus manos convirtiéndola en una bola de papel. A la derecha de la tarima, desde la que habló en pie porque también la tarima fue invadida por los asistentes, había una papelera. Y Fleming, con gran soltura, lanzó su bola de papel hacia la papelera, que se hallaba, más o menos, a cinco metros de distancia.
Y encestó.
En ese momento, el público enloqueció. Y fue sacado a hombros del Aula Magna como si fuera un torero en tarde de triunfo por la Puerta Grande de Las Ventas. Entre los que llevaron a hombros al gran benefactor de la humanidad, estaba Santiago Amón. A hombros lo sacaron hasta el coche que le esperaba para devolverlo al hotel. Cuando pudo librarse del entusiasmo y acomodarse en el sillón trasero del coche, todavía asombrado por el delirio del público, comentó: «Los españoles sois maravillosos. Me habéis aplaudido por descubrir la penicilina, y sacado a hombros de la facultad por encestar una bola de papel a cinco metros de distancia. Que Dios os bendiga».
No estuve ahí. Me lo contó, en muchas ocasiones, mi maestro Santiago Amón. Pero como español, me siento reconfortado y bendecido por Dios, gracias a la intermediación de Sir Alexander Fleming. Y se lo agradezco todos los años, cuando las grandes ferias taurinas abren la temporada en España.