Gran noticia a 8.000 millones de años luz
Increíble que dada nuestra microscópica insignificancia haya cada vez más gente que piensa que nuestro yo es el ombligo del universo y lo único trascendente
Por ahí fuera ocurren muchas cosas admirables de las que ni nos enteramos. En 2018, una alianza público-privada puso en marcha en el observatorio de Palomar, en California, lo que llamaron la Zwicky Transient Facility, un proyecto de investigación de fenómenos astronómicos lejanísimos y de corta duración. Según su tarjeta de presentación, cada dos días escrutan todo el cielo del Hemisferio Norte, y a veces surgen sorpresas.
Hace tres años detectaron una explosión descomunal y muy extraña. Pero el asunto se archivó, hasta que ahora un equipo liderado por la Universidad de Southampton, al sur de Inglaterra, ha retomado la investigación de aquel portento. Tras nuevas observaciones con otros tres telescopios, entre ellos el de Canarias, han concluido que se trata de la mayor explosión jamás registrada en el universo. Al fenómeno le han puesto un nombre poco emocionante, pues parece uno de esas contraseñas infumables que nos dan los operadores de wifi: AT2021lwx. Sin embargo el asunto resulta fascinante, porque los astrofísicos reconocen que este estallido de energía supone «un verdadero enigma, nunca habíamos visto nada parecido y no sabemos de dónde ha salido».
La explosión se produjo a 8.000 millones de años luz de distancia, cuando el universo era todavía un jovenzuelo de 6.000 millones de años. Según estiman los científicos, las temperaturas doblaron la de la superficie del sol y el fenómeno tenía cien veces el radio de nuestro sistema solar. La energía liberada multiplicó por cien la que emitirá nuestro sol durante toda su existencia. ¿Qué ocurrió? Se descarta que se tratase de una supernova (la explosión de una estrella moribunda), porque este fenómeno es diez veces más luminoso. Tampoco parece que sea un cuásar (una galaxia que tiene en su interior un agujero negro súper masivo). Los astrofísicos especulan con una inabarcable nube de polvo y escombros engullida al paso de un agujero negro. Pero solo son conjeturas. No saben. La física tiene sus límites. En realidad la ciencia ni siquiera acaba de dejar claro si el universo es finito o infinito.
Somos unos seres insignificantes que empezamos a vislumbrar por vez primera los destellos de unos portentos lejanísimos, cuyas escalas y evoluciones somos incapaces siquiera de imaginar. Ante algo como el fenómeno AT2021lwx se torna ridícula la autodeterminación del gran yo egoísta que preside el tiempo presente. Se vuelve ridícula la anulación de Dios para proclamar al ser humano principio y fin de todas las cosas. Se torna un chiste soberbio y jactancioso que un ser tan menor y efímero como nosotros se atreva a negar que existe un algo más y se proponga como referente único.
Los científicos de Southampton dan noticia de la mayor explosión cósmica y a quien tenga un dedo de frente -o de corazón- solo le queda abrazar el «Salmo 19» de la Biblia: «El cielo proclama la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos».
El universo exige un motor y nosotros necesitamos un algo más que dé un sentido a unas existencias que sin lo trascendente solo serían un suspiro arbitrario hacia la nada. La alternativa a Dios es un horrible vacío, que ahora se intenta rellenar con seudo religiones paganas, como la del clima, la arcoíris, la del rencor igualitario, los nacionalismos..., o con un trajín vitalista que no es más que una huida de nosotros mismos. Como decía aquella frase que se le atribuye a Einstein, probablemente apócrifa: «Hay dos cosas que son infinitas, el universo y la estupidez humana, y sobre el universo no estoy seguro». Resulta increíble que dada nuestra microscópica irrelevancia haya cada vez más gente que piense que nuestro yo político es el ombligo del universo y la meta de la vida. Y no estoy hablando del innombrable (que también).