El principio de Peter o la ética de la «no decencia»
Tras Sócrates, Platón, Tomás de Aquino y Kant llegan las teorías morales de Sánchez, expuestas desde la Casa Blanca
Querido Peter, he seguido con interés tu cumbre mundial en la Casa Blanca con el abuelete Joe, fatigado presidente demócrata de una Roma que enfila el declive.
No me voy a detener en la vertiente política del «evento» –como dicen ahora los cursis–, con asuntos para ti tan actuales como reparar los daños de la bomba de Palomares (que cayó hace 57 años y que tanta radiactividad no debió dejar, toda vez que el incombustible Manolo Fraga chapoteó allí en su día con su Meyba talla XXL y siguió viviendo tan pancho un porrón de años). En lo que me quiero centrar es en la vertiente filosófica de la cita de Washington. En concreto, en tu aportación a la historia de la ética con el concepto de «no decente». La apasionante historia de la filosofía va recorriendo los siglos. Sócrates, Aristóteles, Tomás de Aquino, Kant, con su célebre «imperativo categórico»… hasta llegar por fin al doctor honoris-truqui de la Camilo José Cela, que ha acuñado en Estados Unidos el concepto «la ética de la no decencia».
Sabido es, querido Peter, que en España pasas imperialmente de la prensa, salvo entrevistas jabonosas en medios del Orfeón Progresista. Pero en los bolos internacionales no te queda otra que admitir preguntas. Lógicamente te han planteado el escándalo de que tus socios preferentes de Bildu hayan colocado en sus listas electorales a casi medio centenar de etarras, siete asesinos incluidos. Tu respuesta fue que «hay cosas que pueden ser legales, pero no decentes». Cuando te preguntaron sobre si a la vista de esta «no decencia» va a cambiar tu relación con el partido del etarra convicto Otegui, ahí ya no contestaste. Estruendoso silencio.
Para celebrar tu aportación a la ética con el concepto de la «no decencia» vamos a brindarte algunos ejemplos prácticos. Veamos:
«No decente» es haberles colado a los españoles en tus promesas electorales unas trolas del tamaño de las torres Petronas, que te permitieron ganar los comicios para hacer luego exactamente lo contrario. «No decente» es aplaudir desde la oposición que en Alemania a quien plagia lo echan de la política, y luego, cuanto te pillan a ti con el carrito del helado, hacerte el longuis y volver a mentir, hasta el extremo de que una firma germana poseedora del software antiplagios de referencia te acusó públicamente de manipularlo en tu fallido afán por exculparte.
«No decente» es seguir en el poder después de que el Tribunal Constitucional te haya condenado dos veces por endilgarnos un estado de alarma abusivo e ilegal. «No decente» es falsear las cifras de muertos de la pandemia para salir mejor en la foto, o inventarse un ránking de test de la John Hopkins que resultó que no existía.
«No decente» es ganar las elecciones prometiendo que traerías a Puchi a España de una oreja y que endurecería las leyes contra la sedición para luego hacer de nuevo todo lo contrario, eliminando ese delito a la orden de Junqueras (y dejando así a España indefensa ante otro golpe).
«Con Bildu no vamos a pactar. Si quiere se lo repito 20 veces». Eso decías. Así que parece bastante «no decente», o más bien indecente y moralmente repugnante, que hayas faltado a tu palabra de manera clamorosa para convertir al partido de ETA en uno de tus socios. Has llegado al extremo de darles la manija en las leyes de memoria y de vivienda; amén de haber llegado a un acuerdo privado con Otegui, aireado en su día por el etarra, para buscar una fórmula que sacase a sus presos a la calle, como así ha sido. A la hora de elegir entre tu colchón en la Moncloa o salvaguardar la memoria de los asesinados por ETA, has resultado un líder «no decente» del PSOE, que ha preferido encamarse con Chapote.
«No decente», admirable Peter, es practicar el nepotismo sin complejos, enchufando a un amigote del baloncesto, poli municipal, como jefe de Seguridad de la Sepi (puesto inventado a la carta); o creando de la nada una dirección general para colocar a un amiguete arquitecto que no encontraba curro en España. «No decente» es el uso partidista del Falcon, con una treta tan burda como visitar cinco minutos cualquier cosilla que caiga cerca del mitin para que conste como viaje oficial y que te paguemos todos con nuestros impuestos el uso del avión del Estado para actos del PSOE.
«No decente» es pisotear la independencia judicial con mañas de autócrata, negar entrevistas a los medios críticos, darle el CIS a un miembro de la Ejecutiva del PSOE para que manipule las encuestas a tu gloria. «No decente» es grabarte un reality en la Moncloa, utilizando las instalaciones y el personal público para tu propaganda (aunque la cosa debió resultar tan grotesca que todavía no aparece cadena dispuesta a emitirlo). «No decente» es imponerles desde el poder a los españoles un rodillo de ingeniería social y abrasarlos a propaganda como nunca antes. «No decente» es desvirtuar nuestras instituciones, abrir heridas que estaban cauterizadas echándoles sal guerracivilista y convertir la mentira en un arma políticamente aceptable.
Si lo piensas un poco, «no decente» es que España tenga todavía a un presidente con una ejecutoria como la tuya.