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HorizonteRamón Pérez-Maura

Cuando el lector infama a mi familia

Gabriel Maura fue ministro de Trabajo y Previsión en el último Gobierno de la Monarquía de Alfonso XIII, el de Juan Bautista Aznar, y en la división de aquel Gobierno no se alineó con el ministro Juan de la Cierva, que quería usar la fuerza para impedir la República

Como es lógico quienes tenemos el privilegio de poder escribir en estas páginas –o en cualquier medio de comunicación– tenemos que aceptar sin la más mínima reserva el estar sometidos a la crítica de nuestros lectores. Por más que de cuando en vez algunos se quejen de que sus comentarios han sido censurados, creo que hay múltiples ejemplos de que la liberalidad de El Debate con sus lectores a la hora de publicar apuntes improcedentes es más que notoria.

Aceptar las críticas de los lectores a nuestro trabajo es una cosa. Consentir infamias contra nuestra familia es otra muy distinta.

El pasado domingo publiqué aquí un artículo titulado La corona de la Reina Camila la portó un grande de España explicando cómo ese honor había correspondido al duque de Ciudad Rodrigo que es también el duque de Wellington. Amparado en un nombre propio que no puedo saber si es el suyo o un seudónimo y sin ningún apellido, un tal «Tristán» colocó el siguiente comentario: «Los Maura de la rama de Gabriel, el político nefasto que traicionó a Alfonso XIII en 1931 y que pocos meses antes había recibido un ducado cuya trascendencia nobiliaria es comparable al ducado de Suárez, tienen la costumbre de hacerse pasar por una familia de la más rancia nobleza, cuando lo cierto es que proceden de una humilde familia de origen judío, chuetas en Mallorca, que tenían un negocio de curtidos y cuya ascendencia noble es inversamente proporcional a sus aires de grandeza. Vanitas». Es difícil acumular más vesania e infamia en menos palabras.

Gabriel Maura Gamazo –mi bisabuelo– fue creado duque de Maura por el Rey Alfonso XIII en memoria de su padre, Antonio Maura Montaner, cinco veces presidente del Consejo de Ministros. Yo no conozco a ningún Maura que pretenda descender «de la más rancia nobleza». Quizá el que nos infama sí. Antes al contrario, siempre he estado muy orgulloso de proclamar que Antonio Maura era una persona de orígenes humildes que llegó a Madrid a estudiar la carrera de Derecho sin hablar español y que llegaría a dirigir doce años la Real Academia Española. Fue elegido cuatro veces para el cargo que compaginó tres veces con la jefatura del Gobierno y que terminó por su fallecimiento. Fue reelegido por última vez diez días antes de morir por un derrame cerebral.

Gabriel Maura fue ministro de Trabajo y Previsión en el último Gobierno de la Monarquía de Alfonso XIII, el de Juan Bautista Aznar, y en la división de aquel Gobierno no se alineó con el ministro Juan de la Cierva, que quería usar fuerza para impedir la República. Sospecho que el Rey no le debió considerar un traidor porque Alfonso XIII le encargó la redacción de su mensaje de despedida al país que se publicó en ABC. Defendió activamente la Monarquía durante la República desde el Círculo Monárquico Independiente, presidido por Juan Ignacio Luca de Tena. En 1935 fue a Roma a la boda de los Príncipes de Asturias, Don Juan y Doña María. Y apoyó el alzamiento del general Franco como forma de restaurar a Alfonso XIII. Hasta el punto de que ya en 1938, consciente de que el objetivo de Franco no era devolver la corona al Rey en el exilio, empezó a publicar contra Franco. Y por ello fue varias veces procesado por el Tribunal de Orden Público.

Gabriel Maura se fue al exilio en 1936 –que él llamaba «la expatriación»– hasta 1942. En noviembre de 1941 tuvo un juicio incoado por el Juzgado Instructor de Responsabilidades Políticas n.º 03 de Madrid. Concluido el Juicio, en 1942, es cuando Franco le permite volver a España, siempre que estuviera callado políticamente hablando, dedicado a trabajos históricos y de las Reales Academias. Era miembro de la Española, de la de la Historia y de Jurisprudencia y Legislación. Con frecuencia visitaba a Don Juan en Estoril a quien procuraba dar su consejo. Todavía recuerdo muy bien una tarde de febrero de 1993, cuando el Conde de Barcelona agonizaba en la Clínica Universitaria de Pamplona. En ese día mi primera mujer, Clara Isael de Bustos, y yo tuvimos la ocasión de merendar en la cafetería Rumbos de la capital de Navarra, frente al centro médico, junto con los Duques de Soria. La Infanta Doña Margarita me contó allí cómo en su infancia, el coche y el conductor que daban servicio a su padre en Estoril, eran pagados por mi bisabuelo. En mi familia nadie me había contado eso. No nos vanagloriábamos de nada.

Sólo me queda añadir dos cosas. No me parece cuestión menor que el ducado de Maura sea equiparable al ducado de Suárez. Para mí es un honor. No dudo que para los Suárez también. Y, en segundo lugar, si «Tristán» es racista y considera malo tener sangre judía, él sabrá. Yo, como cristiano, me sentiría orgullosísimo de tener sangre judía en mis venas. Desgraciadamente parece que no tengo ni una gota. Como bien respondió al infame «Tristán» el pasado domingo un gran mallorquín, el embajador de España Melitón Cardona Torres «Maura no es apellido xueta. Lo son Aguiló, Bonnín, Cortès, Forteza, Fuster, Martí, Miró, Picó, Piña, Pomar, Segura, Tarongí, Valentí, Valleriola y Valls». Pero ni ante un error así se me ocurrió censurar su comentario. El Debate es un diario en el que pueden comentar los que no tienen razón. Incluso llegando a la infamia y sin tener lo que hay que tener para identificarse.