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Pecados capitalesMayte Alcaraz

La democratización del estropajo

La segunda medida será que se nos aparezca Ione Belarra, con un bote de Don Limpio serigrafiado en su camiseta, para reprobarnos por no cumplir con las estadísticas mensuales dictadas por Vicky Rosell

Si Dios no lo remedia, en mi matrimonio vamos a ser tres, o cuatro, o cinco miembres. Y si no nos aplicamos, llegaremos a ser seis. Primero tendremos que adoptar una app de las chicas de la tarta que nos monitorizará para conocer in situ si él enchufa la lavadora tantas veces como yo, si barre debajo de la cama con tanto arte como servidora o si pasa el plumero por los libros con la fruición que ellas presuponen que yo derrocho y que está por comprobar. En verano ya estará lista esta gran hermana progresista para reconducirnos la vida. La compañía Wairbut se llevará 211.750 euros de parné público por chivarse a las sacerdotisas del feminismo del pertinaz patriarcado de la mopa. La secretaria de Estado, Angela Rodríguez «Pam», se recochinea en Twitter de los que ella llama «ofendiditos» y amenaza con aquello tan elaborado de «Manolo, Manolito, la cena tú solito». Que alguien lo mejore.

Si no cumplimos con la democratización del estropajo, la segunda medida será que se nos aparezca Ione Belarra, con un bote de Don Limpio serigrafiado en su camiseta, para reprobarnos por no cumplir con las estadísticas mensuales dictadas por Vicky Rosell. Seguidamente, si la desigualdad no se corrige, a la aplicación y a Belarra se les unirá Irene Montero, que nos echará una bronca parecida a la que le soltó a una pobre señora porque le recordó que comprarse una mansión en la sierra excede a las recetas comunistas que prescribe a los demás. Con cinco ya en casa, empezarán las estrecheces porque yo no he tenido la suerte de heredar una fortuna como Irene y eso que mi padre trabajó 50 años, pero solo nos pudo dejar una cabeza más o menos organizada pero desposeída de memeces.

Luego vendrán las estadísticas anuales que, mucho me temo, arrojarán datos escalofriantes indiciarios de que la equidad con la escoba no es nuestro fuerte. Ahí ya las cosas se pondrán negras. Antes de mandarnos a centros de reeducación comunista, la simpar Pam se nos aparecerá tras la cena para contar las migas que cada uno recoge de la mesa y analizará la huella de nuestros zapatos para averiguar quién ha ido a tirar más veces la basura. Con seis en el salón: nosotros, la aplicación, Ione, Irene y la incorporación de Pam, ya solo nos restará admitir nuestro déficit feminista y trasladarnos a un campus podemita donde se nos instruya en la mejor manera de ser un ciudadano igualitario, progresista y feminista. Vamos con las primeras reglas que tendremos que aprender:

-Defender a los que pegan tiros en la nuca para demostrar que hay personas de primera y de segunda.

-Considerar que por haber nacido en Cataluña se tienen más derechos que los que son naturales de Don Benito o Santo Domingo de la Calzada.

-Prescribir soluciones habitacionales en Vallecas y comprarte una dacha de un millón de euros en la sierra madrileña.

Y ya con estos mandamientos tatuados, sabedores de que el medro conyugal de Irene no entra en este rastreador de machistas, nos colocaremos una camiseta con los rostros de Maduro, Tito Berni y el marido de Mónica Oltra, y pediremos la acreditación para poder comprar en el koljoz de Ione, el super «Precios Justos», donde el Fairy –que compartiremos religiosamente al 50 por ciento– nos saldrá tirado.