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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

El mito del hecho diferencial regional

Si aparcamos las obsesiones políticas, la verdad es que los españoles de las diversas regiones nos parecemos como gotas de agua

Actualizada 15:17

Cuando se charla sobre el problema territorial con un nacionalista disgregador –o con un miembro del PSOE, que viene a ser ya casi lo mismo–, no tardan en señalar que en España existe «una gran diversidad, unos hechos identitarios que hay que respetar».

En la práctica, ahondar en esa línea de pensamiento ha sido la táctica de los separatistas para fomentar un creciente extrañamiento hacia España. Cuentan que ya lo comentaba en sus cenáculos Jordi Pujol, el padre intelectual de la republiqueta: «¿Qué es lo primero que te indica que has llegado a un país diferente? Pues que se habla en otra lengua y que los policías visten un uniforme diferente». Y se puso manos a la obra. De ahí su interés en contar con sus propias fuerzas de seguridad y de ahí la mal llamada «inmersión lingüística» (que consiste en arrinconar a una lengua en todo lo oficial y gastar toneladas de millones en fomentar otra por motivos políticos). Su tercera palanca fue la educación, que convirtió con éxito en fábrica de nacionalistas.

Vamos con un poco de incorrección política: no creo que en España exista un gran hecho diferencial. Ni creo que ensalzar las diferencias sea algo positivo para que un país funcione bien, en contra de una teoría que aquí ha comprado hasta la Corona.

En mi vida particular a pie de calle nunca he topado con esos muros que el nacionalismo da por supuestos. Cuando me mandaron a estudiar a la Universidad de Navarra apenas había salido de Galicia. Pero no percibí en Pamplona extrañeza alguna, enseguida me sentí como en casa. Allí viví con estudiantes de regiones varias, incluido mi encantador amigo Pep Ferrer, catalán de Palafrugell (Gerona), y seguí notando algo muy extraño: una familiaridad absoluta, de la que no habría disfrutado si hubiese convivido, por ejemplo, con portugueses. Más tarde me zambullí de cabeza en la Meca de lo identitario: me casé con una chica de San Sebastián. Y, ¡oh sorpresa!, desde el instante en que nos conocimos en el campus de la Universidad, la donostiarra y el coruñés no percibimos barrera alguna, era como si hubiésemos salido del mismo lugar. Ella comía más verdura y yo más patatas, ella había estudiado francés y yo inglés, ella veraneaba en Espinal y yo en Bayona... cierto. Pero nos unía la memoria colectiva de un país, una forma de disfrutar de la vida, un idioma (el español), una religión, el recuerdo de los mismos programas de tele, libros, hábitos de consumo... Desde luego no nos pusimos a tocar la gaita y la chalaparta para competir en diversidad. Después acabé en Madrid, donde todos somos de todas partes, y seguí en casa.

Hay diferencias entre uno de Corrubedo y uno de Tarifa, por supuesto. Pero los parecidos son muchísimo mayores, por una razón evidente: llevamos siglos formando parte de un mismo país, España, que para más señas ha sido uno de los más importantes de la historia y donde hoy se goza de una de las mayores calidades de vida del mundo.

Siendo un periodista bisoño me encargaron relatar un almuerzo con un novelista gallego de izquierdas y filonacionalista y un director de cine cántabro, Gutiérrez Aragón, entonces en boga. Comimos en el hermoso pueblo de Muros. Nos pusieron de entrante unas sardinillas fritas, lo que en La Coruña llamamos «parrochas» y en Pontevedra «xoubas». Embargado de emoción identitaria, el literato gallego explicó al visitante: «Aquí a esto le llamamos ¡xoubas!», como si estuviese descubriéndole al neófito un ancestral secreto nacionalista. Sin inmutarse, el director de cine respondió: «Ya. Y en Santander, bocartes». Ninguno de los protagonistas se acordará. Pero aquel intercambio se me quedó grabado como un perfecto ejemplo de lo ridículos que son los frenesíes ombliguistas.

Que los nacionalistas y el PSOE confederal me perdonen, pero uno de Tarrasa es clavado a uno de Móstoles. Aunque por supuesto los gobiernos autonómicos, y ya no solo los del País Vasco y Cataluña, trabajan con denuedo para que deje de ser así.

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