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Agua de timónCarmen Martínez Castro

Pablo y las mujeres

Irene Montero, Ione Belarra y esa candidata imposible que presentan por Madrid son lo más parecido a las novias de Drácula de las películas de vampiros de Bela Lugosi

Cuando se miran las imágenes de la cumbre del G-7 en Japón una mujer destaca entre tanto hombre progresista. Biden es demócrata; Scholz, socialista; Macron, exsocialista y Trudeau, directamente, superguay. Entre todos ellos figura una sola mujer, Giorgia Meloni, que es bajita, rechoncha y, peor aún, de derechas. Es cierto que también circula por ahí Ursula Von der Leyen porque la presidenta de la Comisión no se pierde una foto, pero la única que ha ganado su puesto en las urnas y no en los despachos es Giorgia Meloni.

Si nos ponemos a hacer memoria, veremos que antes que Meloni, otras mujeres participaron en estas cumbres del G-7: Margaret Thatcher, Angela Merkel o Theresa May. Todas conservadoras y ninguna promocionada por cuota alguna. Resulta paradójico que mientras el discurso feminista parece patrimonio exclusivo de la izquierda, las líderes políticas más poderosas siempre salen de las filas de la derecha. El colmo de esa contradicción lo tenemos en España donde el Ministerio de Igualdad lo dirige una señora que nunca hubiera llegado a ese cargo sin la promoción de su pareja. Todos sabemos que Irene Montero le debía el Ministerio a Pablo Iglesias, por más pucheros que ponga cuando se le recuerda, pero desde esta semana y tras su encontronazo con una ciudadana que le tiró a la cara sus contradicciones, sabemos que también le debe a Pablo Iglesias el chalet donde vive. A él y a la herencia de su padre. ¡Viva el empoderamiento femenino!.

Irene Montero, Ione Belarra y esa candidata imposible que presentan por Madrid son lo más parecido a las novias de Drácula de las películas de vampiros de Bela Lugosi. Pablo Iglesias, liquidado hace dos años por Isabel Díaz Ayuso, pretende seguir haciendo política a través de ellas. Agazapado en los pocos medios que aún le mantienen como colaborador y en ese chiringuito que se ha montado y que él llama televisión, sigue dirigiendo la agonía política de Podemos y organizando campañas de acoso contra periodistas, empresarios o ciudadanos particulares.

Después de Ana Rosa Quintana, Pablo Motos, Carlos Herrera o Vicente Vallés, la última víctima de sus campañas de hostigamiento es el hermano de Díaz Ayuso, un ciudadano anónimo que no se dedica ni al periodismo ni a la política pero que es objeto del señalamiento de Podemos. Nunca se había visto nada similar en la política española y es deplorable que ningún partido de izquierda haya sido capaz de denunciar esa práctica mafiosa que marca un nuevo récord en el nivel de vileza que Podemos ha traído a nuestra convivencia. Puede que así consigan alcanzar ese 5% necesario para entrar en la Asamblea de Madrid, pero también es probable que le hayan dado a Ayuso los votos que le faltaban para conseguir la absoluta.

Pasarán las elecciones del próximo domingo, pero esta campaña quedará para siempre como el ejemplo más palmario del nivel de degradación democrática que ha significado Podemos. Y todo para que Pablo Iglesias intente cobrarse su venganza frente a la mujer que le humilló sacándole una ventaja de casi millón y medio de votos en las urnas.