Mala baba
Increpar a un político no es solamente un derecho ciudadano, es la acción más saludable que puede acometer una persona hoy en día
Lo peor de la mayoría de los políticos actuales, además de su atroz incultura y de su pésimo uso de la oratoria, es su mala baba, o sea de su poca o ninguna educación a la hora de presentarse en público, y del carácter agrio que les asiste, lo que inclusive no sólo se les transparenta de sólo observarles sin demasiada atención, al apretar las mandíbulas, al revirar los ojos, al echar mano de un gesto de incordio, del que también hacen gala como si al hacerlo se engrandecieran de algún modo, como si ser groseros fuese una ventaja o un derecho ejercido desde el poder sobre quienes les han votado, y quienes les pagan sus altísimos sueldos.
¿Cuándo los políticos acabarán de enterarse de que han sido elegidos por el pueblo para representar al pueblo, y para servirlo, y no para que al contrario el pueblo les deba sumisión, les dore la píldora en cada ocasión, y les deba veneración como a una clase superior e intocable? Los políticos no son impunes ni superiores a nadie ni a nada; en cualquier caso, debieran comportarse en la mayoría de las veces con humildad y ser juzgados más severamente por sus fallos que con indulgencia por sus aciertos.
Llevo tiempo estudiando a los políticos, sobre todo a los españoles, y a Pedro Sánchez y a cada uno de los miembros de su Gobierno a los que más. No hay un día en que sus rostros no denoten ira acumulada, sus miradas no sean el reflejo de la aspereza más endemoniada, y el verbo, aunque en tono bajo, no contenga una pobreza idiomática y una retórica ideologizante, sin una idea clara y acertada, efectiva. A todo esto, habría que añadir que, frente al mediocre histrionismo de Sánchez, quien anhela pasar (a la historia, desde luego, asunto tragicómico) como alguien impertérrito, y salvo a su doblez en el volumen englobado de su lenguaje, tenemos a una recua de políticos y políticas –sobre todo ellas– a cuál más exasperante por gritona.
Entre las políticas más gritonas de España, y que maneja su gestualidad de una manera francamente con una vulgaridad rayana en la chusmería más baratucha de cualquier barriobajero solar habanero en época del castrismo, o sea, ahora mismo, se encuentra Irene Montero. Montero es el vivo ejemplo de cómo alguien entra en política desde lo más bajo para no aprender nada en lo absoluto e irse degradando de forma abismal hacia lo más indecoroso e inhumano que una persona pudiera desear e imaginar, y caer todavía más profundo si se pudiera.
Días atrás vi en las redes sociales, lo que muchos de ustedes habrán podido apreciar también, cómo una señora mayor se dirigía públicamente a Irene Montero, de Unidas Podemos, ministre de Igualdad (más bien de desigualdad), y la increpaba.
Increpar a un político no es solamente un derecho ciudadano, es la acción más saludable que puede acometer una persona hoy en día, en que la política se ha convertido en una plaga de manganzones, buenos para nada y, por lo cual, sólo queda el verbo ciudadano amonestador como antídoto único contra la mediocridad y el cretinismo más absurdo.
Reitero que la buena señora se dirigió a la política con modales educados, firmes. Sin embargo, bastó ese acto valiente de decencia, mediante el cual preguntó a Irene Montero cómo era posible que ella, en tan poco tiempo, hubiera conseguido comprar el chalet en el que habita y que ha obtenido gracias a nadie sabe qué, para que la ministre encolerizada contestara a gritos a la mujer, con su cara descompuesta casi pegada a la de la otra, escupiéndole encima toda su mala baba, y hasta se atreviera a palmotear reprobatoriamente el hombro de su interlocutora para agregar que a ella se le había muerto su padre y le había dejado algo en herencia, y blablablá…
Nadie hasta ahora, que yo me haya enterado, ni siquiera ningún periodista, ha remarcado y subrayado la forma incorrecta de reaccionar de este, digamos, adefesio mental, de esta ameba politiquera, en su enfrentamiento con una ciudadana que sólo se atrevió a hacer lo que le correspondía, ejercer su derecho ciudadano al preguntar con entereza lo que muchos nos preguntamos: ¿cómo ha conseguido en tan poco tiempo que lleva de política de izquierdas amasar semejante fortuna, lo que salta a la vista, mientras los españoles de a pie se empobrecen más y más? Seguramente el hecho de que sea de izquierdas esté por la labor.
La otra pregunta que se impondría es: pero ¿cómo? ¿Es usted heredera? ¿No está usted y toda esa ralea de políticas de izquierda con las que comparte gobierno contra la herencia y la propiedad? Pero no, salvo esa señora a la que felicito y hoy dedico esta columna, nadie se atreve a nada. Como tampoco se atrevieron en aquella Cuba de 1959, y 64 años más tarde todo sigue igual o peor, hundidos en la mala baba tiránica de la izquierda.