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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Anestesia lingual

Doña Mónica coincidirá conmigo que la manera de pronunciar Iñigo Errejón sus brillantes frases, o de no pronunciarlas, fue debida a una anestesia lingual que se mantuvo excesivamente activa en la boquita chiquitina de su líder

Hay políticos de raza que no se someten a las dificultades. El ejemplo es Íñigo Errejón. Días atrás, intervino en un mitin acompañado de Zipa y Zipu, las Zipi y Zape de la política madrileña, la millonaria y la esnob. Ellas, sentadas y comprometidas con el futuro, aplaudían a rabiar las emocionantes palabras del ilustre político de Más Madrid. Y el público, encantador, también ovacionaba el discurso del imprescindible Errejón, absolutamente ininteligible. En las redes sociales se ha comentado con crueldad la manera de hablar del emblemático orador. Y directa o indirectamente le han atribuido a don Íñigo toda suerte de causas relacionadas con su torpeza en la pronunciación, causas de mal gusto y escoradas, como el Anís del Mono y otros productos menos aniseros. Efectivamente, el eximio parlamentario becado en la Universidad de Málaga, experimentó durante su homilía mitinera un cansancio de lengua que impidió al auditorio encajar con el fundamento y la proyección de su discurso. Pero hay que intentar justificar la modorra desconcertante de su lengua. Para mí, que venía del dentista. Para extraer, empastar y desvitalizar una muela, la anestesia se extiende hasta la lengua, convirtiendo a la húmeda en lo que cariñosamente se denomina «lengua de trapo». Y con la lengua de trapo, desobediente a las órdenes enviadas por el cerebro, es imposible engarzar frases brillantes como «los ricos que compran coches caros», argumento fundamental de la prédica electoral errejonista. Yo, que no estoy teniente y oigo a las mil maravillas, me descoloqué en un principio cuando le oí decir «loz rrruicoz que comprruan cochos cairos», y deduje que Errejón había acudido al importante encuentro con algún tipo de deterioro mental. Hasta que recordé que, al llegar a mi casa después de padecer la extracción de una muela y con la lengua aún adormecida, saludé a una elegante vecina llamada Azucena con un «cómstass Zuena», y Azucena, que ignoraba mi procedencia estomatológica, imprudente ella, me preguntó que cuántas copas había consumido en el bar de la esquina.

Don Íñigo Errejón es hombre de boca pequeña, boquita de piñón, que nada tiene que ver con la medida de la lengua, que es considerable. Boca breve y lengua larga suponen para un dentista un problema de ubicación anestésica. Y la lengua es siempre la injusta víctima de la sustancia sedante y adormecedora. Eso lo sabe doña Zipa, Mónica García, que es anestesióloga de profesión, aunque durante la pandemia se escaqueó bastante, por no decir que se escaqueó del todo. Y doña Mónica coincidirá conmigo que la manera de pronunciar Iñigo Errejón sus brillantes frases, o de no pronunciarlas, fue debida a una anestesia lingual que se mantuvo excesivamente activa en la boquita chiquitina de su líder. Los anestesiólogos tienen sobrada experiencia de comprensión oral, si bien, para ello, hay que dedicarse más a la anestesiología médica que a la mental, y quizá la doctora García ha perdido capacidad por su prolongada ausencia de los quirófanos.

A Dios gracias, quedan pocos días de mítines. De ahí mi sana recomendación de cancelar, si las hubiese, toda cita de Errejón con un dentista en las horas previas al mitin de cierre de campaña. Los votantes de Más Madrid desean entender los mensajes del culto dirigente, y no quedarse a dos velas y a la luna de Valencia al término de su intervención. Aplaudir, aplaudirán, porque son de la casa. Pero a muchos de ellos les puede acuciar la misma sospecha que a mi vecina Azucena, a la que no veo hace tiempo y le envío desde aquí mi mayor abrazo.

Un forrte aubrazuo, Zuena.