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El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

El quinquenio fraudulento

Un quinquenio fraudulento. Contra eso votaron ayer los españoles. Y contra su presidente

Hubo primero un guapo y alto joven, de mérito ignoto, al cual Pepiño Blanco elevó al vértice de su privada corte ministerial. Hubo, algo más tarde, la anécdota de que, al tal cortesano, se le hiciera la oferta de guardar silla en Madrid a Susana Díaz, quien andaba delirando con ser primero presidenta andaluza y después española. ¡La pobre! Se necesitaba ser ciertamente muy ingenua –seamos bondadosos– para creerse de verdad que alguien iba en Madrid a guardarle nada. Así que aquel primer fraude con el que el chico de Pepiño toreó a la andaluza parece hoy casi una broma: puñalada de pícaro, llama la tradición a eso.

Hubo que el tal buen mozo aseguró ser nada menos que doctor en algo; vaya usted a saber en qué. Al cabo, la llamada tesis resultó ser un refrito de plagios apabullante. Hay países en los que tal deshonor inhabilita a un político de por vida. Pero es que en esos países se espera que los políticos sean gente decente.

Hubo, después, que al tal muchachote lo descabalgaron los suyos cuando andaba tratando de meter votos falsos en una urna oculta tras cortinas. Calle Ferrraz: lo pillaron mismamente con las manos en la masa: y tan dieron al defraudador por muerto que ni se molestaron en rematarlo. Es difícil entender que haya gente tan primordialmente tonta. Pero fue así como el del fraude retornó hasta el vértice del PSOE. Y decapitó a todos cuantos se habían cruzado en su camino. Incluido Blanco, porque mejor borrar a quien podría contar tantas cosas.

Hubo un Pedro Sánchez, ya jefe supremo del PSOE, que prometió, con toda solemnidad, no pactar jamás con los independentistas. A los independentistas catalanes pareció darles aquello mucha risa. Tenían razón. No pactó con ellos, hasta que necesitó su voto. Exactamente lo mismo hizo con los independentistas vascos. ¿Llamaremos a eso fraude? Él lo llama astucia. ¿La ley no permitía sacar a los golpistas de la cárcel? Se cambia la ley, y punto. ¡Será por un fraude más o un fraude menos!

Hubo un Pedro Sánchez que, con pie ya en la presidencia, anunció a los discípulos populistas de Perón, Castro y Chávez, que por nada del mundo formaría gobierno con ellos. «No podría dormir tranquilo», explicó. Hasta que dio con el somnífero adecuado. Iglesias fue vicepresidente y su señora fue ministra de la cosa. Y se domiciliaron divinamente. ¿Fraude? ¿Quién ha hablado de fraude?

Hubo un presidente cuyos archivos telefónicos privados acabaron en poder de los servicios secretos marroquíes. Y hubo el mismo presidente que, de la noche a la mañana y sin aviso previo, abandonó a los saharauis a su cruel destino y prestó pública pleitesía al rey de Marruecos. ¿Algo que ver con la documentación obtenida acerca de los acumulados fraudes de esos años? ¿Qué mente perversa se atrevería a sugerir tal cosa?

No, no es que haya habido más o menos fraudes durante el gobierno de Pedro Sánchez. Es que el quinquenio 2018-2023 ha sido un fraude, uno solo de principio a fin, para cuyas alucinadas dimensiones es difícil dar con un nombre que no sea delictivo. Como traca final, lo de la compra-venta de votos en las últimas semanas deja atónitos aun a aquellos que más convencidos estábamos ya de la prístina inmoralidad de la política española. Esta vez, decididamente, se pasaron de rosca.

Y puede que ésa sea la clave del vuelco que ayer sellaron los electores. No hay manera de ocultar el salvajismo del gobierno de Pedro Sánchez. Un quinquenio fraudulento. Contra eso votaron ayer los españoles. Y contra su presidente, quien, sin embargo, va a disponer aún de siete meses para seguir blindando viejos fraudes y aun ir poniendo en marcha fraudes nuevos. Un árido vacío se abre ahora ante todos.