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Sánchez nos deja su gran contribución a la historia del pensamiento político: la distinción entre la extrema derecha y la derecha extrema, paralela a la que existe entre la mentira habitual y la habitual mentira

El resultado de las elecciones del domingo pasado suscita dos valoraciones contrapuestas. La primera, muy positiva, el rechazo mayoritario a la política de Pedro Sánchez. El segundo, muy negativo, la situación de Cataluña, el País Vasco y Navarra. El carácter plebiscitario de la convocatoria se ha convertido en un repudio al Gobierno. Esta reacción ciudadana ha sido tan clara como acertada. Pero España queda muy dividida políticamente y el proyecto secesionista sigue su curso. Es cierto que lo primero puede constituir un paso decidido hacia lo segundo, pero no será tarea fácil y, desde luego, imposible sin otro PSOE. De momento, el proceso continúa.

La respuesta de Sánchez ha sido radicalmente equivocada. Sería empresa inútil pretender que atienda a los intereses nacionales y al bien común, más que a su voluntad de poder. Pero incluso así, dudo mucho que su decisión pueda facilitarle la salida de su situación desesperada y mantenerse en el Gobierno. El adelanto súbito de las elecciones generales y la fecha elegida persiguen, muy probablemente, promover el aumento de la abstención y dificultar la reorganización del espacio político a su izquierda, espacio, por cierto, que tiende a contraerse. Su estrategia va orientada a agitar la amenaza de la llegada al poder de la extrema derecha. De paso, nos deja su gran contribución a la historia del pensamiento político: la distinción entre la extrema derecha y la derecha extrema, paralela a la que existe entre la extrema ambición y la ambición extrema, y entre la mentira habitual y la habitual mentira. A la izquierda del PSOE los amigos y aliados (nada que ver con la izquierda extrema o la extrema izquierda). A la derecha, el terror fascista. Los problemas complejos requieren análisis complejos.

Por lo demás, unos alejándose de Vox y los otros de Bildu. Pero ninguna mente sana puede comparar ambas compañías no deseadas. Y ya han empezado a suceder cosas extrañas. Otegui critica a Sánchez (que gobierna, entre otros, gracias a su apoyo) y surgen rumores sobre la posible candidatura de Sánchez a la secretaría general de la OTAN. Nos aguarda la exhibición del más radical atlantismo y anticomunismo de nuestro presidente del Gobierno. Claro que es la misma persona que afirmó que no podría dormir con un Gobierno que incluyera miembros de Podemos. Y dudo que lleve casi cuatro años sin dormir. La salud se habría resentido gravemente. Creer a Sánchez ya no es ni siquiera un acto de fe, porque fe es creer lo que no vemos, pero Sánchez nos pide no creer lo que vemos.

El que suscribe, aunque profesor, no anda por ahí dando lecciones ni diciendo a cada uno lo que debe hacer. El consejo, por lo demás, es obra de misericordia que hay que administrar en pequeñas dosis y con sutil delicadeza. Interprétese, pues, lo que sigue, como una ficción de lo que, según mi criterio, hubiera sido la mejor reacción del presidente del Gobierno para España. Después del fracaso electoral y del reconocimiento de la abismal derrota, convocar elecciones generales, como ha hecho, pero un poquito más tarde, en el tibio y suave otoño, pues el calor extremo y el extremo calor fomentan más el baño que el voto. Pero eso después de abandonar el Gobierno y la secretaría general del PSOE, para dar paso a alguien un poco instruido, con ideas socialdemócratas y propensión a la sinceridad. Es imposible que no haya un socialista a quien adornen estas tres cualidades. No importaría que fuera feo. El problema es que practicar la elegancia de la dimisión requiere altas capacidades de nobleza y arrojo, así como el desprendimiento de toda idea acerca del carácter providencial de uno mismo. Así que todo pendiente de esta especie de segunda vuelta plebiscitaria que termine con la etapa más extraviada y mendaz de la historia de la democracia española.