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Enrique García-Máiquez

No es un juego y se la juegan

¿Se ve lo que está en juego? Desde fuera de los gobiernos, Vox no puede evitar que el PP incumpla los acuerdos de investidura y los legislativos, ya sea por arrastrar los pies, ya sea, sobre todo, porque no comparte el espíritu

Más clara no puede haber quedado la cosa. Donde el pueblo, así llamado, ha querido que gobernase el PP en solitario le ha dado la mayoría absoluta. No han sido pocos lugares. ¡Enhorabuena! En las instituciones para las que el pueblo ha dado una mayoría sumando el PP y Vox habrá que sumar, respetando las proporcionalidades, por respeto, nuevamente al pueblo que ha dejado claro el denominador común del rechazo al sanchismo.

Sin embargo, no hay que cegarse a la dificultad profunda que esos pactos implican. Si no, puede parecernos que estamos ante una gran frivolidad de quienes se resisten a hacerlos. Quizá yo no debería exponer tan a las claras su dificultad, pues el exceso de luz puede perjudicarlos; pero es mi deber como analista. Por otro lado, como tampoco soy un influencer, mi relativo anonimato pondrá el velo necesario.

El punto de conflicto, mientras tanto, se ve a las claras. La cuestión es ser o no ser gobiernos de coalición. El PP no tiene problemas con que Vox le regale sus votos (ni tampoco con que se los regale el PSOE). Y Vox se quitaría de quebraderos de cabeza, si los diese, como recomiendan algunos analistas. En la entrada de Vox en los gobiernos que se formen gracias a sus votos estriba el conflicto. Lógicamente.

Cuando el PP filtra que sus votantes ya han interiorizado la posibilidad de pactos con Vox, como los que hubo en Andalucía y Madrid, pero que jamás se permitirán nuevos desastres como el de Juan García-Gallardo en Castilla y León, están tendiendo una trampa y haciendo, a la vez, confesión de parte. Porque en Madrid, donde se apoyó al gobierno de Ayuso desde fuera, Vox ha quedado fuera de la mayoría necesaria para gobernar. En Andalucía, donde se apoyó al gobierno de Juanma Moreno desde fuera, Vox ha quedado fuera de la mayoría necesaria para gobernar. En Castilla y León donde se forma parte del gobierno, Vox ha subido. Juan García-Gallardo es un desastre, sí, para el PP.

¿Se ve lo que está en juego? Desde fuera de los gobiernos, Vox no puede evitar que el PP incumpla los acuerdos de investidura y los legislativos, ya sea por arrastrar los pies, ya sea, sobre todo, porque no comparte el espíritu. Encima, si el PP pone en práctica alguna idea de Vox, el éxito se lo apuntan en su haber. Desde dentro, Vox se asegura el cumplimiento, la autoría, la vigilancia del presupuesto, la formación de cuadros intermedios, el trato directo y cotidiano con los administrados y la presencia en los medios de comunicación que cubren la gestión ordinaria de las cosas públicas más allá del bronco debate político. El apoyo desde fuera acaba siendo gratuito o casi o pareciéndolo y hasta contraproducente.

El PP también se juega muchísimo, incluso haciendo caso omiso al espantajo electoralista de la extrema derecha que agita Sánchez y que sólo asusta, si acaso, a Sémper y a Bendodo. Hablamos más exactamente de la fidelidad a la Agenda 2030 (véase a Margallo), de su compromiso con el aborto (véase a Guardiola) y de su complicidad con los nacionalismos (véase a Feijóo). Y todavía hay otro factor. Si Vox entra en los gobiernos se le desdemoniza y, por tanto, bastantes votantes conservadores ahora timoratos tendrán crecientes tentaciones de votar a un partido que les representa más. Vox se sacudiría dos sambenitos más: el de no ser voto útil y el de la impericia para la gestión. El PP no tiene sólo la alergia irracional o la incompatibilidad ideológica de las que presume Feijóo. Debajo hay frío cálculo.

Conscientes de lo mucho que se juegan, han de saber que no es juego. España necesita un cambio profundo. Como no estamos jugando, no queda sino cumplir con las reglas del juego democrático: respetar escrupulosamente la proporcionalidad de las mayorías que los votantes han propiciado.