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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Industria y arte

Si el Estado se deja de chorradas derrochadoras y suma del ahorro de subvenciones a sus amigos, sus golfos y sus gorrones, quizá un día se encuentre en condiciones de hacer justicia

El cine es una industria, que muy de cuando en cuando produce una obra de arte. Cuando eso ocurre, las entradas de las taquillas se agotan, y la obra de arte nacida de la industria se convierte en un gran negocio. En un limpio negocio que se nutre de la voluntad individual de los espectadores. Argumentar que el dinero de los contribuyentes tiene que promocionar el cine español por su condición artística, es una patraña. El cine español es malísimo, y los grandes realizadores y productores no precisan del dinero político de los impuestos de todos para sobrevivir.

Nuestros chulos del cine, los «intelectuales de la cultura» llevan viviendo del esfuerzo impositivo de los españoles muchos años. Reciben –los más adheridos al poder político– las subvenciones, producen sus películas, las presentan con lujo y entusiasmo periodístico, y muy pocos acuden a las salas a disfrutar de su arte en movimiento. Creo que fue el gran Gabriel Albiac el que propuso que para acceder a un cine que proyecte una película española, cualquier contribuyente español podría hacerlo sin necesidad de comprar la entrada y mostrando al amable portero de la sala la copia del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas. Porque todos esos tostones sobreactuados supuestamente artísticos, guerracivilistas y cursis los pagamos todos los españoles obligados a enriquecer a los golfos con el esfuerzo de nuestros trabajos.

Pero este abuso oculta un abuso mayor. Los productores y directores –y los actores que de las subvenciones viven– reciben el dinero, producen la película, la estrenan y no recaudan ni el 10 por ciento del dinero que el Ministerio de Cultura les proporciona para «hacer arte». No devuelven ni un euro, pero al menos, demuestran que han producido la birria. Hay otros que presentan el proyecto, siempre impregnado de sesgo histórico y político, solicitan la subvención, se les concede, y a otra cosa mariposa. Decenas de películas subvencionadas no han rodado ni la primera escena.

Se trata del arte de engañar al arte renunciando al arte, a cambio de la inquebrantable adhesión y firma a los manifiestos políticos.

El cine español, con sus heroicas excepciones, es una industria en permanente quiebra. Y en determinados casos, en quiebra fraudulenta, Se utiliza el arte como excusa. Porque si el arte tiene que estar subvencionado, ¿por qué no se subvencionan los bocetos, dibujos y cuadros de Augusto Ferrer-Dalmau, el más grande de los pintores españoles de la actualidad? ¿Por qué no a los escultores, compositores, cantantes, orfebres, escritores, poetas, y demás ralea? ¿Por qué no a los arquitectos innovadores, aunque sus proyectos resulten antiestéticos e inhabitables? Si ellos reclaman para sus proyectos la calidad y la cualidad de artísticos, ¿quién les discute que no lo son? ¿Iceta? No es demagogia. El Ministerio de Sanidad se ha ratificado en no financiar un medicamento contra el cáncer porque resulta excesivamente caro. La oncología también es un arte. Y un arte supremo, consistente en eliminar del cuerpo de los enfermos la devastación producida por una metástasis. Es arte, es ciencia y es industria. Pero es caro y no hay dinero para ello. Del mismo modo que sobra el dinero para que Irene Montero y sus churris dilapiden en fechorías y mamarrachadas 500 millones de euros, y los Gobiernos de España –todos, hasta la fecha– carezcan de fondos para equilibrar los salarios de los guardias civiles y los policías nacionales a los sueldos de las policías autonómicas de ámbito limitado. Si el Estado se deja de chorradas derrochadoras y suma del ahorro de subvenciones a sus amigos, sus golfos y sus gorrones, quizá un día se encuentre en condiciones de hacer justicia y dejarse de defraudar a los contribuyentes con dádivas inadmisibles.

Bardem, Viyuela, Toledo, Almodóvar, Cruz. Ustedes son industriales, no artistas. Y su ministerio es el de Industria, no el de Cultura. Y un Ministerio de Industria no puede permitirse el lujo de primar una industria quebrada por la falta de talento de sus industriales. Porque de arte, nada de nada.