El fin de Podemos
A la pyme de Pablo Iglesias llegaron a votarla cinco millones de españoles. Hoy los despistados del 15-M tienen doce años más y quién sabe si dos hijos, un caniche y una hipoteca a tipo fijo
Hubo gente que pensó que no viviría para verlo, pero es probable que estemos ante las últimas horas de vida pública de Podemos, la pyme de Pablo Iglesias que estuvo a punto de sobrepasar al peor PSOE de la historia (y que no es otro que el de Pedro Sánchez).
La negociación de estos días entre un partido-burbuja de reciente creación (Sumar) y el principal derrotado de las elecciones del 28-M (Podemos) ha sido lo más divertido de esta semana, excepción hecha de la oferta que el Barça le hizo a Messi, y que debió ser como un contrato en prácticas con derecho a pernoctar en La Masía.
La consulta de Podemos a sus bases apesta a rendición: a que la cúpula no quiere hincar rodilla ante Yolanda Díaz y necesita que sean las bases las que se lo pidan por escrito. En sus estertores, Podemos se comporta como ese padre que, harto ya de que su hijo le pida salir hasta tarde, termina diciendo: «Pregúntaselo a tu madre».
Pero conviene recordar, en honor a la verdad y por respeto a la historia, que a Podemos no lo enterró Sumar. Tampoco una conspiración de la derecha judicial y mediática. Podemos comenzó a morir el 26 de junio de 2016, cuando se quedó a 350.000 votos de adelantar al PSOE. Aquella noche Pablo Iglesias se presentó a las elecciones en una coalición con Podemos, Izquierda Unida, varias confluencias periféricas, los goles de Benzema en la segunda vuelta y los puntos de Edurne en Eurovisión. Sin embargo, con todo y con eso, Podemos murió en la orilla.
A partir de ahí, todo es historia: guerras intestinas, una exnovia en el gallinero, el chalé de Galapagar y el piolet a Errejón. Podemos se desinfló por la inconsistencia de su discurso y por lo mal que lo hicieron una vez que Sánchez –esclavo de su propia debilidad– consideró que 35 escaños merecían nada menos que cinco ministerios. La ley del 'solo sí es sí', un estropicio que ha mejorado la vida de un millar de violadores y pederastas, es la penitencia última de una generación de políticos tardoadolescente.
Hoy la izquierda radical no discute por el programa o por las líneas ideológicas. Lo hace por recoger las cenizas (unos 25-30 escaños) de un partido al que llegaron a votar cinco millones de españoles y al que en las últimas municipales apoyaron solo 135.000; seguramente porque los despistados del 15-M tienen hoy doce años más y quién sabe si dos hijos, un caniche y una hipoteca a tipo fijo.
Si así lo deciden sus militantes, Podemos se diluirá en Sumar. Y con el tiempo recordaremos el improperio, la sobreactuación y la lactancia en el escaño.