Fundado en 1910
Cosas que pasanAlfonso Ussía

De chochines y jilgueros

Para el chochín de Galapagar, todo es anochecer, ocaso y crepúsculo. Quizá, en castigo por no haber cantado jamás y siempre berreado

Y mirlos, y ruiseñores. He optado por estas cuatro especies de aves canoras por la alegría diurna y la melancolía vespertina de sus cantos. El Chochín, ((Troglodytes troglodytes), el jilguero (Carduelis carduelis), el Mirlo ( Turdus merula) y el ruiseñor ( Luscinia megarhynchos), sin olvidar al precioso reyezuelo (Regulus regulus). Cinco prodigiosos cantores. En la Feria de Jerez, un paisano vendía mirlos cuyos machos cantaban como «Camarón de la Isla» y las hembras como «Rocío Jurado». Los pájaros cantan por amores, avisos e instintos. No tienen memoria. Sus melodías son alegres en los amaneceres y las mañanas, y tristes, como de despedida, cuando la luz del día se entrega al ocaso. Son las elegidas aves comunes en nuestros bosques y jardines, en zonas serranas y sotos entre planicies, y los humanos han perdido la curiosidad por sus trinos. Viven y enriquecen nuestras vidas lo mismo en el norte que en el sur, en los hayedos norteños que en los alcornocales sureños, y también –en los meses de calor, principalmente–, en los ámbitos serranos. En Galapagar, por ejemplo, en un jardín modesto de 2000 metros cuadrados, como el de los Iglesias, pueden coincidir y competir en melodías cada mañana de verano el chochín, el jilguero, el mirlo, el ruiseñor y el reyezuelo. Y en mi opinión, más de oyente que de ornitólogo, predomina el chochín.

También hay grajos y urracas. Córvidos, antipáticos, molestos y que cantan más feo y peor que «Frasquito el de Barbate», que después de su última actuación en público, fue perseguido por los espectadores con el fin de entregárselo a la mar de los atunes, acción que fue impedida por la Guardia Civil. El grajo es negro, y la urraca, un grajo con pretensiones que acudió al modista y para que lo disfrazara. Grajo Belarra, urraca Yolanda Díaz. Tampoco me gustan las palomas, tan abundantes y pesadas, exceptuando a una de ellas, que le inspiró a Fernando Villalón unos versos de elogio.

A un claro arroyo, a beber,
Ví bajar a una paloma,
Por no mojarse la cola,
Levantó el vuelo y se fue.
¡Qué paloma tan señora!

Palomas torcaces y zuritas. Palomas de Campo y de ciudad. Ratas del aire. Rata, me recuerda a alguien, o a una pintada en la carretera. O a una colitis que provocó un retorno a Madrid.

Por Galapagar, con el Parque Nacional del Guadarrama a un vuelo de mosquito, canta el jilguero, el ruiseñor, el mirlo y el reyezuelo. Y llora el chochín. Para el chochín de Galapagar, todo es anochecer, ocaso y crepúsculo. Quizá, en castigo por no haber cantado jamás y siempre berreado. Un chochín grosero, desencuadernado, villano. A sus espaldas, el grajo y la urraca han terminado con su futuro, ignorantes de que el futuro tampoco se presenta muy brillante y cantarín para la urraca y el grajo. Pájaros y pájaras. Unos cantan y otros traicionan. También el chochín traicionó y terminó con el porvenir de muchos. Ya está liquidado , y aguardará berreando la traición a sus traidores.

De cuando en cuando, y para evitar las demandas judiciales, hay que recurrir a la ornitología.