Por favor, no más indocumentados mandándonos
Gane quien gane, y hay uno que parece claro que no va a ganar, en el próximo Gobierno debería hacerse un esfuerzo por elevar la calidad del personal
Toda persona que haya pasado por varias empresas habrá observado que existen tres grandes tipos de jefes a la hora de conformar equipos. El primero, y el más eficaz y razonable, es el líder que busca rodearse de los mejores a su alcance, aún sabiendo que algunos de ellos pueden superarle en valía. Su ecuación es que a más talento y conocimiento acumulados, mejores resultados. El segundo prototipo es el del jefe inseguro que elige medianías, pues teme que si opta por personas muy cualificadas y/o prestigiosas puedan hacerle sombra. La tercera categoría es la del gestor que se guía por el amiguismo y el jabón. Aparca los criterios profesionales y acaba conformando un clan de amigotes y pelotilleros que le dan coba, con el consiguiente daño en los resultados.
En la política española, el modelo 1, la búsqueda de los mejores para el Gobierno de la nación, está claramente a la baja. La calidad de los políticos de la primera línea ha empeorado notablemente. Para escribir esta piecita me he tomado la molestia de comparar por curiosidad los currículos de los ministros del último Gobierno de Franco con los del equipo que ha elegido Sánchez. Sin entrar en debates ideológicos, simplemente observando las biografías, los antiguos ofrecen una trayectoria mucho más cualificada que los actuales.
En el Ejecutivo inflado que preside Sánchez hay una docena de ministros sin trayectoria alguna en la empresa privada. De hecho, algunos jamás han trabajado fuera de la política. La ministra-sonrisa, la portavoz, ya era senadora a los 28 años y no conoce nómina fuera del PSOE. Es la misma historia de la fogosa ministra de Educación, Alegría, o del inefable Iceta, perpetuo apparatchik. La situación se extrema con los ministros de Podemos, con los aparatosos casos de Ione Belarra, Irene Montero y Garzón, amateurs que no habían pegado chapa en su vida (y ahí están sus apoteósicos resultados).
El prototipo más común hoy de político español es una persona que se afilia muy joven y va trepando en el escalafón, sin contacto alguno con el mundo laboral real. Los cargos quedan así en manos de aficionados. En lugar de ofertar experiencia, conocimiento e ideas, lo único que aportan es integrismo sectario, lealtad con orejeras a las siglas de las que viven. Cada vez son menos las personas de gran éxito profesional, en la parcela que sea, dispuestas a saltar a la política, que se ha quedado en manos de los funcionarios (en la etapa de Rajoy hacían casi pleno en el consejo de ministros). Se pierde así la experiencia del mundo empresarial, el conocimiento profundo del sector privado, que es el que realmente mueve a los grandes países. Personas muy brillantes, y que tienen ya su vida económica más que resuelta, se niegan a meterse en política, porque supone colocarse en una diana, y más en la era de la difamación digital casi gratuita.
Feijóo habló este domingo por primera vez como quien se siente ya el próximo presidente. Pronosticó una «victoria inapelable» en julio, que liquidará el sanchismo. El precedente del 28-M y las encuestas (serias) indican que así será. Mi cálculo es que al final se quedará más cerca que lejos de la mayoría absoluta, por tres factores: 1.-El efecto caballo ganador, que atrae un plus de voto. 2.-La parroquia está muy frita de Sánchez y su coalición antiespañola. 3.- El aspirante ofrece la ventaja de que el público lo ve como un gestor competente y frío, que no les emociona, pero que tampoco les molesta; a buena parte de la sociedad le parece capaz de poner un poco de orden en la casa tras el desbarajuste de esta legislatura.
Ahora que se ve presidente, Feijóo tendrá que empezar a pensar qué tipo de jefe quiere ser de los tres modelos que hemos referido. España necesita como el comer elevar el nivel, traer al Gobierno a políticos, profesionales y técnicos de fuste. Descansar un poco del patrón del trepilla de partido y buscar gobernantes de categoría. ¿Quién va a dirigir la economía española? ¿Quién se hará cargo de la diplomacia y la defensa? ¿Quién lidiará con el destrozo que ha provocado Sánchez en la justicia y con lo que atañe a la dignidad moral de la persona, castigada por una ingeniería social sin precedentes?
Por favor, no más indocumentados mandándonos.