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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Acuerdo PP-Vox, ¡qué escándalo!

Nada más normal que un entendimiento entre dos partidos respetables y que al fin y al cabo son cuñas de la misma madera

Como ya sabía todo el mundo desde la noche del 28-M, PP y Vox se han puesto de acuerdo para arrebatarle la Comunidad de Valencia a la izquierda, que estaba comenzando a inocular allí el virus del populismo nacionalista.

Y tal y como todo el mundo también esperaba, la izquierda política y mediática ha montado de inmediato un show electoralista, rasgándose las vestiduras ante «los pactos de Feijóo con la ultraderecha». La ministra portavoz Rodríguez, que ha perdido su sonrisa perenne al percatarse de que pronto puede quedarse sin curro, calificó el pacto de PP y Vox en Valencia de «vergüenza». Pilar Alegría, a la que también se le ha diluido la risa de suficiencia por las penurias demoscópicas, demostró su cualificación para el cargo de ministra de Educación tachando el acuerdo de «bochornante» (palabro nuevo en el diccionario).

En paralelo, el Orfeón Progresista periodístico ponía a parir el acuerdo Vox-PP con tal escándalo que parecía que estuviesen hablando de la entente del Eje en la II Guerra.

Cuánta histeria teatral con Vox. Nada más normal y previsible que un entendimiento entre los azules y los verdes, pues al fin y al cabo son cuñas de la misma madera. Lo delirante sería que dejasen mandar al sanchismo. Vox fue fundado en diciembre de 2013 por cargos del PP, molestos con la pusilánime dejación de funciones de Rajoy cuando el desafío catalán ya nos llegaba a las cejas, defraudados por la pérdida de calorías ideológicas del PP en las grandes batallas morales y abochornados por la sucesión de escándalos de corrupción de los populares. Abascal, el presidente de Vox, no llegó a nuestra política una mañana procedente de Chicago o Ámsterdam. Había hecho el grueso de su carrera profesional en el PP, partido en el que militó hasta noviembre de 2013, solo un mes antes del arranque de Vox. Buxadé estuvo afiliado al PP durante diez años.

Vox es un partido nacionalista español, que da la valiosa batalla de plantarse sin ambages contra los nacionalismos regionales que quieren partir este país. Su dialéctica es más contundente que la del PP, rozando en algunos momentos el populismo de las simplificaciones resultonas. Además, es más recio en la batalla ideológica frente al imperio de la izquierda y más leal a la moral católica en cuestiones como el aborto y la eutanasia, capítulo en el que por desgracia los populares están sucumbiendo al molde «progresista».

Por su parte, el PP ocupa el amplio espacio del centroderecha moderado y aspira a captar también votos de desencantados del PSOE (amén de que se ha tragado entero a Ciudadanos). El PP ofrece la ventaja –y la desventaja– de que ya ha gobernado. Es conocido qué sabe hacer y también dónde puede flojear. Vox se beneficia de que por ahora es solo una expectativa. No ha tenido que pasar todavía de las musas al teatro, de predicar a dar trigo. De hecho, allá donde ya toca poder, en Castilla y León, por ahora tampoco ha hecho algo especialmente reseñable. El PP atrae muchos más votos que Vox (7 millones frente a 1,6 en las pasadas municipales), porque a día de hoy en la realidad sociológica española existen más votantes en el centro que en posturas más escoradas a la derecha, o a la izquierda.

Al PP le vienen bien unas gotas de Vox para que se espabile frente a la ingeniería social de la izquierda. Y a Vox le conviene el armazón del PP en cuadros, experiencia en la máquina de la Administración y realismo político. Por último, Vox no es un partido de extrema derecha, como lleva años repitiendo el mantra de la izquierda, en un «qué viene el lobo» que ya no vende un peine entre la mayoría del público. Se trata de un partido conservador que enarbola con orgullo la bandera de España, su historia y su lengua. Lo realmente marciano sería que el PP no se entendiese con Vox y que ambos regalasen cuotas de poder autonómico y municipal a la izquierda antisistema y filoseparatista que hemos venido soportando.

Los pactos Vox-PP no son «bochornantes», como dice en su jerga esa genia que ejerce de ministra de Educación. Lo «bochornante» sería continuar encamados una legislatura más con Sánchez, los etarras, los golpistas catalanes y el comunismo de boutique del yolandismo, más hueco que el interior de un cono de carretera.

Lo preocupante no son los acuerdos con Vox, que entran dentro de lo normal, sino que el PP cántabro pareciese ayer dispuesto a abrazar a Revilla, cuando su partido está salpicado por un pringoso caso de corrupción que ha venido detallado este periódico. Si la regeneración y la derogación del sanchismo van a consistir en aliarse con un sujeto cuyo partido está bajo la lupa de la policía por mordidas en la adjudicación de carreteras.... Esta mañana de miércoles Génova ha aclarado que no firmarán acuerdo alguno con Revilla. Mejor será.