Pablo Iglesias, vuelve si tienes lo que hay que tener
La humillación de Podemos exige un retorno de quien lo ha llevado hasta aquí y debe asumir su epitafio
Yolanda Díaz es una trituradora de valores elementales entre las buenas personas, que suelen ser agradecidas y leales con quienes les ayudan. Que Pablo Iglesias, Irene Montero o Pablo Echenique se merezcan todo lo que les pase, en cuestiones políticas, no dignifica la catadura de su verdugo, promovido por todos ellos a cambio de un largo peloteo culminado con una puñalada trapera.
Para Díaz, cuyos propagandistas invierten en ella las mismas lisonjas gastadas antes con el Marqués de Galapagar, nada tiene valor pero todo tiene precio, que dirían Quevedo y Machado.
Montero era una amiga indispensable para escribir el futuro de España; Iglesias fue la grandeza personificada y Errejón traicionó el legado de Carmena, entre otras perlas serviles desplegadas para llegar a Madrid desde una Galicia que la repudió en las urnas y sufrió las mismas conjuras que ahora la han llevado a asesinar a sus mentores.
Más allá de las cuestiones ornamentales, que son a la política lo que la bisutería a la joyería, todo en Yolanda Díaz es un remake del mismo fenómeno populista que lleva devastando España desde 2015, con el prólogo de Zapatero que lo sembró: sin el presidente del 11M, ni Podemos ni Sánchez se entenderían.
Viene y va nuestra Penélope Glamour al mismo sitio que Podemos, la acompañan las mismas caras, los mismos partidos y los mismos nombres. Y sus resultados, ya verificables, son un desastre sin precedentes perfumado por las mismas zarpas manipuladoras del CIS.
Porque España, más allá del universo paralelo de luz y de color que se ha inventado el Gobierno, tiene 4.2 millones de demandantes de empleo; las horas trabajadas son inferiores porque el trabajo real es menor y se reparte entre más gente; la depreciación de los salarios es la peor de la OCDE; la presión fiscal en las nóminas bate récords mundiales; se esconden las cifras de miles de parados rebautizados como fijos discontinuos y se transforman los empleos precarios o a tiempo parcial es trabajos de calidad para simular una prosperidad inexistente.
En esa charca chapotea Díaz, que solo es buena con la daga: todo lo que les ocurra a los dirigentes de Podemos, que han privatizado el partido para convertirlo en una SL alimentaria, se lo han ganado a pulso, tras años de violencia verbal, populismo barato, purgas internas, escraches nefandos y una degradante transformación de la rivalidad política en un combate de boxeo callejero.
Pero la única que no puede denunciar esto es la que, paradójicamente, ha firmado su ejecución: ella llegó a vicepresidenta nombrada por Podemos y ella aceptó el dedazo de Iglesias para trepar más alto que nadie, pisando las cabezas que fueran menester.
La prosopopeya mediática del sanchismo, que anda desesperada buscando nuevos héroes de una Odisea de cartón piedra, ha presentado a la fundadora de Sumar como la nueva esperanza de la izquierda moderna. Pero su verdadera historia es más antigua que la tos y rememora el ajusticiamiento de Trotsky a manos de Ramón Mercader.
La pregunta es si Pablo Iglesias ya gastó toda su chulería en las dehesas burguesas de la Sierra madrileña o le queda un poco de dignidad para un último baile. Si él no se atreve a ser candidato, su imagen para la posteridad será la de un cobarde escondido tras dos mujeres cobrando más que una estera.