Zapatero, cuando lo peor se cree lo mejor
Tras aquella mirada glauca y aquella sonrisa tan afable se ocultaba un radical de desempeño atolondrado e incluso peligroso para el país
El 22 de julio de 2000 fue una jornada fatídica, aunque no lo parecía. Aquel día comenzó un viraje hacia un revanchismo irresponsable y cainita que ha enrarecido España. Rodríguez Zapatero, un diputado leonés poco conocido y de 39 años, se impuso a Bono por solo 9 votos en el 35 Congreso del PSOE. Mi opinión sobre José «Pepe» Bono es manifiestamente mejorable (siempre me ha parecido un sofista volcado en el culto al becerro de oro). Pero habría sido mejor opción que su rival, por una sencilla razón: imposible hacerlo peor que Zapatero.
Poco después de su elección como flamante líder del PSOE tuve ocasión de comer con Zapatero junto a mi jefe de entonces, un joven editor lleno de empuje que era el novio de Anne Igartiburu. La cita fue en un figón de decoración castellana. Zapatero me sorprendió por su vacuidad. Habló mucho más mi jefe que él y el flamante líder socialista se limitó a escuchar impávido su perorata. Lo único que dijo en claro en aquella comida el nuevo líder de la oposición fue que en España era necesario reforzar a la policía. Curioso mensaje visto lo que vendría luego…
La siguiente vez que vi a Zapatero acababa de ganar la presidencia del Gobierno, merced a la taimada maniobra comunicativa de Rubalcaba tras el atentado de los trenes. Zapatero visitó el periódico donde yo trabajaba y tras un buen rato con él, lo único que nos aportó fue el topicazo de que «el dinero invertido en I+D+i rinde mucho más que el invertido en infraestructuras». Tras escucharle parlotear sin decir nada de sustancia pensé que era un tipo plano y amable, que simplemente no daba más de sí. Como tantos observadores fui un pánfilo. Aquel sosegado señor de ojos glaucos, sonrisa afable y voz bien timbrada era una bomba de relojería encubierta.
Hasta que Sánchez logró superarlo, nadie ponía en duda el axioma de que «Zapatero ha sido el peor presidente de nuestra historia». A su figura le casa el título de aquel viejo drama del gran Vicente Minnelli: «Con él llegó el escándalo».
En el frente económico se comportó como un frívolo irresponsable, instalado en la idea equivocada de que la máquina iba sola, de que habíamos arribado a la era del crecimiento perpetuo. Cuando llegó el castañazo de 2008, nos mintió sobre la situación y reaccionó tarde.
Como la economía era para él un tema menor, decidió centrar sus esfuerzo en una estrategia de «mantener la tensión» ideológica. Para ello reabrió las heridas de la guerra civil y lanzó un programa de ingeniería social, que aspiraba a un lavado de cerebro colectivo para cambiar la mentalidad de los españoles. Ahí nació el sueño orwelliano de instaurar el imperio perpetuo del «progresismo» como única ideología admisible, pesadilla en la que Sánchez ha ahondado.
En el frente territorial llegó la que tal vez sea –y perdonen la expresión– la cagada suprema de Zapatero. Sin necesidad alguna, se puso a jugar a aprendiz de brujo y abrió la caja de Pandora del problema territorial, animando unos nuevos estatutos de autonomía que hasta su llegaba no figuraban entre las prioridades de nadie. Acto seguido, estableció un «cordón sanitario» –expresión digna de un autócrata– contra el PP y firmó un pacto con ERC para que gobernarse Cataluña mano a mano con el filonacionalista PSC. Al tiempo, fue preparando la infamia suprema: blanquear a ETA y a su brazo político, villanía culminada ahora por Sánchez.
Resulta todo un sarcasmo que Zapatero presuma de haber acabado con ETA. Falso, más bien todo lo contrario. Con ETA acabaron las fuerzas de seguridad antiterroristas españolas, que la tenían perforada hasta el tuétano; la decisión de Aznar y el juez Garzón –antes de extraviarse– de cortar su rama civil y financiera; y el atentado del 11-S, que acabó con la tolerancia política frente al terrorismo y con el vidrioso papel que había desempeñado Francia.
Zapatero ha sido además un expresidente lamentable, dedicado a defender de manera inexplicable a una dictadura tan pestilente como la de Maduro (¿recibe algún tipo de compensación por mancharse así, o es que realmente está tan desequilibrado políticamente que le mola el comunismo represivo, violento y multiplicador de miseria?).
Con semejante trayectoria y unas mínimas reservas de pudor, lo normal sería que no se atreviese a salir de la bodega de su casa. Todo lo contrario. Ahí sigue, predicando disparates antisistema aquí y allá. Mi pronóstico es que cuando se desmoronen el sanchismo y el PSOE incluso emergerá del ganchete de Yolanda Díaz como padrino de un nuevo frente amplio de izquierda populista, a lo Mélenchon en Francia. ¡Y hasta habrá quien les vote!