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Perro come perroAntonio R. Naranjo

El PSOE prefiere a un terrorista que a un español que no le vota

Ni antes de la Guerra Civil se vio una degradación tan insoportable como la que ha resumido el delegado de Sánchez en Madrid

De Karra Errejalde, como de Javier Bardem o el tal Quequé, no puede esperarse gran cosa más allá de una buena película o un mal programa de humor. Por alguna extraña razón, cualquiera con algo de fama, especialmente la lograda por salir en una pantalla, se cree con conocimientos para opinar sobre los temas más diversos, sean geopolítica, ecosistema, fiscalidad o reproducción del cangrejo americano en cautividad.

Hablan desde un altar financiero que les permite sostener las mayores insensateces sin exponerse a los efectos perniciosos de sus creencias, pues hasta en el caso de que otros con mando en plazo las apliquen, apenas significará un ligero pellizco a su confort.

Errejalde, que es como Bardem un espléndido actor, se ha preguntado en una emisora catalana si la sociedad española es estúpida por desechar a Pedro Sánchez, a quien adjudica todo tipo de parabienes sociales, compromisos con los vulnerables y valores ejemplares. Y lo ha rematado con orgullo al recordar que, en su tierra vascongada, no ha prosperado electoralmente la «ultraderecha».

Es madera de la misma cuña de Bardem, otro que observa el mundo desde una atalaya de lujos en la cual, difícilmente, sufre dificultades mundanas ni se roza con quienes, a pie de calle, las sufren a diario. Es gratis opinar como opinan, y les renta hacerlo: sus autohomenajes ideológicos, próximos al onanismo, no comportan riesgo alguno y pueden perpetuarse con la seguridad de que les rinden beneficios personales. Son los buenos. Y eso mola.

Da igual que la práctica totalidad de sus opiniones se sustente en el prejuicio, carezca de contraste empírico alguno y proceda de la creencia, que es enemiga de la idea: siempre ganan, y mientras haya otros como ellos pero sin sus beneficios, nadie les exigirá un poquito de por favor.

Al sastre, al cirujano o al artista se le suponen unos conocimientos, aptitudes y experiencias contrastables que legitiman su autoridad en la materia: pero para opinar no hace falta título ni se confiere mayor validez a la reflexión de un politólogo con nombre y apellidos que a la de un tuitero clandestino. O a la de un actor.

Pero del delegado del Gobierno en la Comunidad de Madrid cabe esperar más criterio: le pagan por tenerlo, vive de la política, ejerce unas funciones institucionales cargadas de responsabilidades y está obligado a conocer en profundidad el panorama institucional, jurídico y político en el que se desenvuelve.

Y pese a ello, ha defendido en público no sólo las alianzas del PSOE con Bildu y la altura moral de una organización encabezada por un secuestrador procedente de Batasuna y de ETA. Además de todo eso, ha añadido que ese partido ha hecho más por España y los españoles que todos los «patriotas de banderita», en referencia al PP, a VOX, a los restos de Ciudadanos y en consecuencia a los once millones de votantes que de media reúnen entre los tres.

De las prestaciones de Bildu a la prosperidad nacional poco cabe decirse, incluso sin muertos sobre la mesa: su fin es quebrar la unidad de un Estado y de su bienestar, una consecuencia inevitable de la fractura territorial. Pero de la opinión que le merecen al subordinado de Sánchez los españoles que no votan al PSOE ni respaldan sus alianzas sí hay algo relevante que destacar.

Si para los socialistas son de peor calaña los españoles que no les votan que los antiespañoles que les respaldan, en una modalidad de secuestro innovadora que convierte la Moncloa en un zulo y rebautiza el impuesto revolucionario etarra con el eufemismo de «pacto progresista», tenemos un problema severo: ni antes de la Guerra Civil, cuando tantos echaron lo peor de sí mismos a una hoguera cainita, a nadie se le ocurrió preferir a un terrorista que a un simple adversario.

A esto ha llegado el Partido Sanchista Obsceno y Traidor.