Colau, Ribó y Kichi, todos fuera
Lo que iba a ser el laboratorio de Gobierno de Podemos terminó siendo eso, un timo de la estampita
En 2015 un hatajo de pseudo políticos llegaron a la escena pública desde el 15-M, gracias a las televisiones de ruido y furia coaligadas con esos impostores, para exprimir la angustia que atenazaba los hogares humildes por la crisis financiera de 2008 y demonizar al Gobierno de Mariano Rajoy como si fuera arrojando niños desnutridos por las cunetas de la Castellana. Viví en las tertulias de aquellos años uno de los ejercicios más deshonestos del periodismo español, cuya deontología quedó muy tocada en favor de la militancia populista: cualquier programa se erigía en campo demoscópico sobre el sentir de los españoles. Cuatro ciudadanos cabreados en esta o aquella esquina de España se tornaban en experimento sociológico para demostrar la pulsión «criminal» –sí, criminal, decían– del Gobierno «de la derecha».
Por entonces, Angela Merkel era una «asesina de proletarios», una «facha» que aplicaba el austericidio a las desprotegidas clases obreras europeas. Al correr del tiempo, tuve que esbozar más de una sonrisa cuando los mismos compañeros tertulianos que la querían lanzar al Rin con un lastre al cuello, la terminaron laudando como «ejemplo de mujer comprometida», cuando en 2015 viró en la política migratoria de su país, abriendo las puertas de Alemania y Europa a los refugiados, tras la foto del pequeño Aylan muerto en una playa turca. Los mismos que mandaron a galeras a la excanciller la convirtieron de un plumazo en Sor Ángela de la Cruz. Ver para creer.
Así asaltaron el poder Carmena, en Madrid; Joan Ribó, en Valencia (aunque su formación Compromís no procedía del 15-M); José María González Santos, «el Kichi», en Cádiz; Ada Colau, en Barcelona; y las Mareas gallegas en Coruña, Santiago y Ferrol, todos de una manera u otra, franquicias del Podemos de Pablo Iglesias. A partir de entonces, esas grandes ciudades vivieron en un auténtico caos y por ello en 2019 los alcaldes «del cambio» ya sufrieron un severo correctivo: a Colau la tuvo que salvar con sus votos Manuel Valls.
Lo que iba a ser el laboratorio de Gobierno de Podemos terminó siendo eso, un timo de la estampita. A Carmena, el Ministerio de Hacienda le intervino las cuentas, se paralizaron todos los proyectos urbanísticos y la abuelita de las madalenas inició un proceso de sectarismo, cambiando las calles de medio Madrid y aplicando el peor cainismo frente a la tradición hospitalaria y liberal de la capital de España. De Ada Colau, Barcelona conoció que era bisexual, que invitaba a comer a Jorge Javier, que estaba con los okupas a muerte, que detestaba a las fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado, que despreciaba a los turistas y que tuvo que someterse a cuestiones de confianza porque era incapaz de aprobar un solo presupuesto de la ciudad. Ribó accedió al Ayuntamiento de Valencia ejerciendo la más repugnante e injusta campaña contra Rita Barberá y sumió a la ciudad del Turia en un aldeanismo pseudonacionalista catalán, contra la gran capital a la que la alcaldesa fallecida –con todos sus errores, que lo tuvo– colocó en la Champions League de las ciudades europeas. Finalmente, «el Kichi», otro alumbramiento del 15-M, ha dejado a Cádiz más encalado que nunca tras ocho años en blanco de alcalde, después de derrocar a Teófila Martínez con la ayuda de comunistas y socialistas para formar una comparsa carnavelera.
Hasta ayer solo quedaban Barcelona, Cádiz y Valencia de esa colección de alcaldes inútiles. Ya hoy, ni eso. Eso sí, nadie olvidará que aquellos que vinieron a cambiar la vida de los ciudadanos, empezaron por la suya propia (y a mejor) y convirtieron esos grandes ayuntamientos en gigantes con pies de barro, mostraron una incapacidad gestora sideral y hasta se permitieron avalar a compañeras que taparon abusos sexuales de niñas tuteladas porque «era de las nuestras». Ahora, todos a casa, de donde no debieron salir.