Feijóo 5 – Sánchez 0
El apoyo del PP al socialista Collboni retrata a Sánchez, valida todos los acuerdos con Vox y deja al PSOE desarmado frente a su propio espejo
De un solo plumazo, con una habilidad que dice mucho de su previsible destreza como presidente del Gobierno, Feijóo ha derribado este fin de semana todos los mantras sanchistas sobre las alianzas del PP con Vox en aquellos lugares donde, de no firmarlas, ambos partidos hubieran defraudado las exigencias de sus votantes.
La decisión de investir al socialista Collboni como alcalde de Barcelona, cerrando el paso a la vez al separatismo de Trías y al populismo de Colau, desactiva el último cartucho de la demagogia sanchista y le coloca frente a su espejo: mientras él pacta hasta con Jack el Destripador y criminaliza los razonables acuerdos de sus adversarios para traducir correctamente el dictado de las urnas, la única gran ciudad que le queda al PSOE se la debe al PP.
No hay más preguntas, señoría.
La inteligente decisión de Feijóo, ejecutada por un tipo tan razonable como Daniel Sirera, derriba el esquema frentista de Sánchez, que chapotea siempre en la recreación artificial de la España de los dos bandos irreconciliables, y pone al PSOE frente a su lamentable espejo.
Porque nadie en el PP discute nunca la elección del mal menor sin con ello se evita el mayor, y un delegado de Puigdemont en la segunda ciudad de España lo era, y nadie dejará de votar a Feijóo por ese ejercicio de sensatez inapelable, evidenciado tanto en Barcelona como en Vitoria o Durango.
Sánchez, sin embargo, ha creado un monstruo desde el célebre «No es no» a Rajoy que le obliga a denigrar acuerdos transversales con los populares, incluso en asuntos de Estado capitales, y le empuja a entregarse al mejor postor antisistema, a cambio de un beneficio efímero para él mismo incompatible con los intereses generales y con los del propio PSOE a corto y medio plazo.
De aquí al 23-J, cada vez que la trompetería sanchista intente alertar sobre los peligros del entendimiento entre el PP y Vox, será bien sencillo replicarle que el antídoto a ese supuesto temor está en su mano, haciendo lo mismo que Feijóo ha hecho con Collboni, y que el gran problema de Sánchez es que está maniatado para avalar el entendimiento ocasional de los dos grandes partidos, que es lo que sin duda querría una abrumadora mayoría de sus respectivos electorados.
La elección de Collboni como sustituto de Colau, la última superviviente de los lamentables «Ayuntamientos del cambio» que abrieron en 2015 la etapa populista hoy a punto de cerrarse, no solo destroza la teoría del choque frontal de Sánchez, empadronado en una trinchera desde la que libra una guerra imaginaria contra un enemigo inexistente.
También despeja el camino para los legítimos acuerdos entre el PP y Vox, mucho más naturales y decentes que los del PSOE con Bildu, y sienta un precedente del que no podrán escapar ya nunca ni Sánchez ni su sucesor, sea un heredero socialdemócrata de Felipe González o una ahijada populista de Zapatero.
En adelante, ya nunca el PSOE podrá alegar eso de «que viene la ultraderecha» sin provocar sonrisas y lágrimas: le bastará con aplicarse el «precedente Collboni», que en realidad lo estrenó Patxi López llegando a lehendakari gracias al PP, para frenar esa «ola reaccionaria» que en realidad no existe salvo en la cabeza loca de un dirigente superfluo, amoral y miserable: le preocupa mucho el fantasma del fascismo, pero no lo suficiente como para ofrecerse a detenerlo.
Quizá porque no existe, a diferencia de Otegi, Junqueras, Baldoví, Belarra, Díaz y toda la infantería de una extrema izquierda de carne y hueso que poseyó a un presidente accidental, sin exorcismo viable ya para librarse de su espíritu.