La estrategia alemana
El futuro de Europa no depende sólo de la República Federal, pero sin ella nada es posible
A partir de la II Guerra Mundial los estados occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, comenzaron a publicar documentos de estrategia de seguridad nacional. El arma nuclear era una realidad contrastada y la alianza de guerra, las «Naciones Unidas», había comenzado a desmoronarse justo a continuación de la caída de Berlín, proclamándose en marzo de 1947 lo que se dio en llamar, a propuesta de un brillante periodista, la «guerra fría». Aquel era un mundo complejo. Una parte del planeta, entre la que se encontraba Europa, estaba destruida por efecto de la guerra. La reconstrucción en un entorno incierto era una operación que requería de una política y una planificación bien elaboradas.
La primera razón por la que comenzaron a redactarse estos documentos fue la necesidad de ordenar las ideas y establecer una lógica entre los principios generales y su desarrollo que, en parte, correspondería a los departamentos ministeriales. De la estrategia de seguridad nacional debían derivar los documentos específicos de política exterior, defensa, inteligencia, economía, comercio o cultura. El estado estaba creciendo y la necesaria cohesión entre sus distintas ramas se hacía más difícil.
La segunda razón deriva del carácter democrático de estos estados, tras superar las amenazas fascistas, nazis y comunistas. Si uno de los pilares de la democracia es la «balanza de poderes», expresada en el mecanismo de «checks and balances», era conveniente que el parlamento dispusiera de un documento de estas características para poder realizar apropiadamente su labor. En algunos estados, vuelve a ser el caso de Estados Unidos, el Legislativo exige a algún departamento en concreto documentos complementarios para poder valorar las necesidades presupuestarias.
La República Federal de Alemania era uno de los pocos estados europeos relevantes que nunca había redactado un documento de estas características. La historia explica esta anomalía que viene suponiendo un serio problema para el desarrollo de una acción exterior comunitaria. Si el estado demográfica y económicamente más poderoso tiene dificultades para racionalizar su dimensión internacional ¿cómo lo puede conseguir la Unión Europea? La República Federal no es un estado más. Ni entre los individuos, ni ante la Justicia, ni entre los estados se da una situación de igualdad. Alemania es la primera potencia europea, lo que implica que, le guste o no, tiene que asumir una posición de liderazgo. Si Alemania, por el peso de la historia y de sus últimos y garrafales errores en política exterior, no es capaz de sobreponerse y asumir tanto la realidad internacional como su papel en el seno de la Unión Europea, el Viejo Continente estará condenado a la irrelevancia, con lo que ello implica para la defensa de sus intereses. El futuro de Europa no depende sólo de la República Federal, pero sin ella nada es posible.
La guerra de Ucrania, la alta tensión en las relaciones con China y las dudas sobre el futuro del «vínculo atlántico» han llevado al gobierno alemán al convencimiento de que no podía continuar sin elaborar un documento de estrategia. Finalmente ha sido presentado y cualquiera puede acceder a su lectura. No es un tema menor y bien vale dedicarle atención.
No hay sorpresas y esa no es precisamente una buena noticia. El texto es elegante y está redactado con la claridad y precisión que cabía esperar de la élite política del estado que más ha hecho por el pensamiento continental. De manera perfectamente ordenada y justificada se van exponiendo todos los temas característicos de la política internacional de nuestros días, que encontramos tanto en los documentos de otros estados occidentales como en los de la Unión Europea y la Alianza Atlántica. En muy pocas y precisas páginas hallamos una inteligente explicación de los retos y amenazas de nuestro tiempo, así como del marco de referencia –valores, principios, instituciones– desde donde actuar. En resumen, una reivindicación del orden liberal.
El texto nos plantea dos problemas serios. El primero es el relativo al orden liberal. ¿Está vigente? Es evidente que sus enemigos están haciendo todo lo que está en su mano para quebrarlo, pero lo realmente grave es que quien lo impuso, Estados Unidos, ya no está tan dispuesto a mantenerlo en pie. Sin la locomotora los vagones no disponen de energía ni de guía para marchar. La locomotora rechaza asumir las responsabilidades de antaño. Tiene otros objetivos más urgentes: reconstruir su cohesión social y ganar la carrera de la Revolución Digital. La reivindicación del orden liberal por Alemania, por lo europeos en general, es normal, pues representa tanto nuestros valores como nuestros intereses. Pero eso no es suficiente. Es imprescindible definir el cómo.
El segundo problema es precisamente la ausencia de una estrategia en el documento de estrategia, algo crecientemente común entre sus equivalentes europeos. Valga como ejemplo el español. Está muy bien describir la situación del planeta, nuestros riesgos, retos y amenazas y nuestra visión de cómo debería ser el futuro. Pero todo eso no es más que la antesala de la definición de una estrategia que, lamentablemente, no encontramos.
Sabemos de las dificultades por las que ha pasado el gobierno alemán para llegar a este texto. Un tripartito compuesto por fuerzas políticas considerablemente distintas es la garantía de todo tipo de problemas. Al final, como ha señalado un destacado miembro de la oposición cristianodemócrata, se ha llegado a un «mínimo común denominador», una expresión característica del acervo comunitario y que hace referencia a la imposibilidad de llegar a acuerdos de fondo sobre temas relevantes. Sin embargo, sería un error pensar que nos hallamos ante un problema alemán. En este caso la República Federal es un buen exponente de la Europa de nuestros días, capaz de los mejores análisis, pero incapaz de fijar un plan de acción para defender sus valores e intereses, en el caso de que sepa cuáles son.