Fundado en 1910
Cosas que pasanAlfonso Ussía

Megalómano

Según García, un estadio como el del Real Madrid no puede seguir ubicado en el meollo del distrito de Chamartín. Y ha cerrado su crítica con una sintética orden: «Hay que quitarlo de ahí»

La megalomanía es el delirio de grandeza. Puede alcanzar las fronteras del desquiciamiento mental. Una megalomanía sobrealimentada de ayeres irrecuperables también puede desembocar en el ridículo.

Fue un gran periodista deportivo, el más oído, el más temido y el más influyente. También puede ser considerado el inventor del periodismo deportivo que hoy padecemos. Intuitivo y eficaz, sostenido con brillantez por una incultura enciclopédica. Pero restarle méritos, precisamente por ello, equivaldría a caer en la mayor injusticia. Hablaba mal, pero enganchaba. Y no renegaba de su popularidad conseguida a fuerza de trabajo con la colaboración de un eficiente equipo de colaboradores. José María García creó escuela y muchos periodistas deportivos se formaron bajo sus severas y no siempre agradables órdenes. Pero, poco a poco, su debilidad ante él mismo le llevó a pisar los límites del parentesco con Dios. Su poder, inmenso, le hizo creer que su eternidad estaba anclada en la tierra por decisión divina. Ese combate diario entre el semidiós y el ser humano terminó de mala manera. El gran periodista se retiró, pero durante su larga ausencia le creció la megalomanía nostálgica, esa buganvilla trepadora e invasora que embellece al tiempo que devora el equilibrio natural.

Ahora ha vuelto. Y debo reconocer que no puedo opinar acerca de su retorno porque no hemos coincidido en los horarios. Pero he leído alguna de sus declaraciones y comprobado, de lo cual me alegro, que sigue en plena forma en su megalomanía. Ha criticado la remodelación del Estadio Bernabéu. No es florentinista, y yo tampoco me considero –aunque reconozco sus aciertos– entre los partidarios incondicionales del que Butragueño ensalzó a los espacios de la superioridad humana. Según García, un estadio como el del Real Madrid no puede seguir ubicado en el meollo del distrito de Chamartín. Y ha cerrado su crítica con una sintética orden: «Hay que quitarlo de ahí».

Precisamente por estar ahí, a veinte minutos de paseo del barrio de Salamanca, a diez de Chamberí y en el centro del rico y bullicioso Chamartín, rodeado de centenares de restaurantes, lugares de ocio y hoteles de 4 y 5 estrellas, el estadio Santiago Bernabéu será una fuente de ingresos durante 300 días cada año en lugar de limitarse a los treinta reservados a sus competiciones oficiales. El Bernabéu tarda en llenarse de público lo mismo que en vaciarse por sus magníficas comunicaciones. Con anterioridad a su fabulosa remoledación, el llamado «tour» del Bernabéu y su posterior visita a sus salas de trofeos sólo fueron superados por los turistas del Museo del Prado. Un estadio de fútbol capacitado para acoger cualquier evento, exposición, congreso, competición deportiva, restaurantes, hoteles, museos y demás atractivos empresariales, además de ofrecer el fútbol del Real Madrid en el escenario mejor y más adelantado del mundo, sólo es posible por estar ahí, y no en los alrededores de Madrid.

Afortunadamente, García es un megalómano sin poder, una hormiga ante el nuevo Bernabéu, que, durante las obras, ha reunido diariamente a más curiosos que visitantes el estanque del Buen Retiro o los jardines de Sabatini del Palacio Real. Precisamente, por estar ahí.

Pero que quede claro. Si a García no le gusta, derecho le sobra para manifestarlo. Pero ese «hay que quitarlo de ahí» es prueba irrefutable de su creciente megalomanía.

Menos mal que lo ha dicho veinte años después de perder el poder.

Y le deseo lo mejor en su vuelta.