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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Alipori

Playa, sombrillas azules del PP –anunciando la marea azul que puede terminar en bajamar–, y Sémper efectuando saltitos y cabriolas. Todavía me estoy recuperando, y a fuer de sincero, no lo he conseguido todavía

La RAE es muy escueta en la definición de la voz «alipori». Se limita a constatar lo que todos sabemos: «Vergüenza ajena». Mi primer contacto con el alipori lo experimenté de niño en los primeros años de la televisión en España, cuando un «ochote» vasco interpretó la canción «Buen Menú». En la actualidad, quizá la situación que más alipori me produce es la irrupción de los recién casados en la comida o cena de su boda bailando al son de una música elegida, mientras los invitados, sentados en sus mesas, se ven en la obligación de aplaudir semejante tontería. Acompañado de Jorge Berlanga, asistí a un concierto que ofrecía la Guardia Municipal de Reikiavik, en un teatro de aquella lejana y prescindible ciudad. En un momento dado, el director del coro se dirigió al público, procedió a dar un saltito, dijo algo muy gracioso en islandés y el público estalló en una unánime carcajada. Jorge y yo abandonamos el local con un profundo y compartido ataque de alipori. Hay muchos tipos de aliporis, pero fundamentalmente son consecuencia de un par de ellos. El alipori bondadoso y pacífico, en el que la vergüenza ajena procura la conmiseración y misericordia hacia el ejecutante del hecho o la palabra que produce el alipori, y el alipori agresivo, que incita peligrosamente al sufriente de la vergüenza ajena a propinar un cachete carrillero al autor del ridículo. Por ejemplo. La comparecencia en playa artificial –o natural, que lo mismo da– de un político en campaña electoral con el fin de decir las mismas tonterías que las que diría en un acto mitinero. Y si hay saltitos de por medio, peor aún. Por lógica deductiva habrán identificado los lectores de El Debate a qué individuo me refiero. Borja Sémper, el juvenil desastre del Partido Popular. Mucho me temo que esa majadería le haya sido inspirada por el jefe de prensa de su amada señora Guardiola, que está destrozando las expectativas electorales del Partido Popular siguiendo al pie de la letra las instrucciones de la ultraizquierda –La Sexta y Público–, de la que forma parte sin ningún tipo de camuflaje. Playa, sombrillas azules del PP –anunciando la marea azul que puede terminar en bajamar–, y Sémper efectuando saltitos y cabriolas. Todavía me estoy recuperando, y a fuer de sincero, no lo he conseguido todavía.

Alipori, el que produce en toda persona normal o cercana a la normalidad, la horrible visión de la tonta de turno –Chiqui Montero– que aplaude con entusiasta frenesí a los novios cuando, armados de un sable confitero, cortan la tarta de la boda. El alipori no es sinónimo de indignación, sino de estupor anímico. El eminente oftalmólogo barcelonés Joaquín Barraquer nos hizo sentir a un grupo de amigos un profundo alipori en Formentor. El grupo estaba formado por el matrimonio Mingote –Isabel y Antonio–, Campmany –Conchita y Jaime–, Stampa –Adela y José María– y Ussía –Pilar y yo mismo–. Se acercó a nosotros para preguntarnos si sabíamos qué plato del día se ofrecía en el restaurante de la playa. Casualmente, Miguel Buadas, propietario del hotel, nos había comentado que aquel día el plato era un arroz alicantino, que la voz del pueblo ha bautizado como paella, cuando la paella es el utensilio en el que se hace el arroz. «Pues, según mis noticias, hoy hay paella», le informó Antonio Mingote. Y Barraquer, que era un gran oftalmólogo, pero no dotado de un desarrollado sentido del humor, comentó con intención ingeniosa: «Pa ella y pa todos los demás». Un chiste de jardín de la infancia de un colegio cualquiera. Y mientras él se mondaba de risa por su golpe gracioso, los ocho componentes del grupo agredido nos adentramos en la mar para sacudirnos el alipori.

Pero lo de Sémper ha sido insuperable. Enhorabuena. Muy original y descacharrante. ¡Que Dios nos coja confesados!