Idiotas
Ser idiota en España te convierte en víctima y puede garantizarte una ayuda pública a cambio de bien poco: basta con que votes lo correcto
Unos idiotas han triunfado en las televisiones y esos garitos lúgubres llamados redes sociales al organizar una boda falsa, con novios de mentira e invitados desconocidos, a las puertas de una iglesia de Valencia.
A los responsables de los programas, al parecer, les ha hecho mucha gracia que la zanganada en cuestión ocupe la vía pública, moleste a los vecinos, movilice a la Policía y haga ruido.
Por lo visto es bueno reírse de todos, sostienen los mismos que luego desarrollan piel de mariposa, finísima, si no utilizas el lenguaje inclusivo ni suscribes el formidable catecismo lingüístico, político, cultural, social y legal con el que resumen su cosmovisión vital, sustentado en la generación masiva de víctimas y ofendidos falsos y el ninguneo de las víctimas y los ofendidos reales.
Cuando todo el mundo es víctima, nadie acaba siéndolo, y eso explica el desdén que provocan los damnificados auténticos cuando los artificiales, que son legión, agotan la paciencia colectiva.
Aquí hemos convertido en pobres mártires de una sociedad injusta a jóvenes que, con dos idiomas, título universitario, dinero en el bolsillo y vuelos baratos, podían marcharse a Alemania sin pasaporte a ganar 3.500 euros, englobados en el inexistente drama de la «fuga de cerebros».
O a vagos contumaces, visibles a plena luz del día, que no dan palo al agua en una España con miles de vacantes laborales pero sobreviven sin problema tras graduarse en el título oficioso de zahorí de las ayudas públicas, que detectan con inmensa habilidad e incluso acumulan con otras de sus familiares, igual de versados en la materia.
O a niños caprichosos e imbéciles que denuncian a sus padres por una colleja y convierten el fin de curso, la comunión o el cumpleaños en una excusa para chantajear a sus familias y hacer largas listas de regalos, como si aquello fuera la boda de Tamara Falcó y ellos tuvieran derecho a una recompensa constante por el mero hecho de cumplir con sus escasas obligaciones.
La victimización es una pócima política que estabula a amplios sectores sociales para reunirlos en una identidad conjunta más fácil de gestionar por el poder, generalmente «progresista», que necesita recrear nichos para atenderlos con canonjías de medio pelo a cambio de su rendición como individuo y su integración en una pequeña secta de feligreses en deuda con su pastor.
Y con ésas hemos llegado al caso catalán, que ha decidido victimizar a los árabes impulsando un acuerdo para defender su lengua en la misma escuela pública donde no es posible escolarizarse en español.
El convenio con la Liga Árabe, que engloba a 22 países con el mismo concepto de la democracia que Pedro Sánchez de la libertad de información, lo ha impulsado una consejera de ERC fugada tras ayudar en el Golpe de Estado encabezado por sus jefes que hoy, tras volver a España, se enfrenta a un juicio por desobediencia.
Se llama Meritxell Serret, es consejera de Acción Exterior de una Generalidad sin competencias internacionales y ella misma se siente una víctima del sistema, que intenta enderezar, a cambio de un modesto sueldo de 117.000 euros anuales, por el sorprendente método de despreciar a niños como el de Canet.
Él seguirá sin poder estudiar en español en España pero ahora, con inmensa fortuna, podrá aprender en árabe y con suerte degollar corderos en la misma calle donde, hace tiempo, el Parlamento de Cataluña decidió cerrar La Monumental a los eventos taurinos. Cuando crezca, con suerte, se habrá enderezado y ya podrá celebrar bodas falsas en Barcelona, a ser posible con el inclusivo rito mormón.