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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Sánchez, ¿le dictó Mohamed VI la carta sobre el Sáhara?

No se puede llegar al 23-J sin que Sánchez demuestre que actuó sin presiones ni chantajes de Marruecos en un asunto crucial

De todas las cosas escandalosas que ha hecho Sánchez, y seguirá haciendo en el improbable caso de que los astros le sonrían el 23 de julio, la peor de ellas –con permiso de la complicidad con Otegi– tiene origen y destino en Marruecos.

Las revelaciones que ha venido haciendo a este respecto El Debate desde hace un año permiten reconstruir la intolerable secuencia de los hechos que, cronológicamente, comenzaron con la entrada clandestina en España del líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, considerado un terrorista en Marruecos y tratado aquí, en secreto, como una víctima de la opresión con categoría de jefe de Estado.

Que un presidente capaz de hacer eso, sin informar a Rabat y poniendo con ello en peligro las relaciones bilaterales, haga justo lo contrario apenas un año después ya resulta, como mínimo, insólito. Pero eso es lo que hizo Sánchez: tras atender en secreto al enemigo público número 1 del país vecino, decidió de manera personalísima renunciar a la ascendencia española sobre el Sáhara, suscribiendo la posición marroquí que, de facto, entrega a Rabat la tutela efectiva sobre la antigua colonia española.

Entre medias de ambos episodios, para darle todavía más misterio a la historia, Sánchez fue espiado en su teléfono móvil personal, del que alguien extrajo 2.6 gigas de información, lo que equivale a 30.000 documentos en un formato de texto. Y ese alguien tuvo que ser, según las conclusiones de una comisión de la Unión Europea, la Inteligencia marroquí.

Es decir, el presidente del Gobierno pasó de un extremo al otro, en un asunto crucial en el que no contó con el Congreso ni despachó formalmente con el Rey, después de haber sido espiado, lo que avala cuando menos la posibilidad de que fuera extorsionado para imponerle ese volantazo.

Todo ello se reflejó en una insólita carta, supuestamente escrita por Sánchez, que en realidad difundió primero Marruecos, rompiendo con ello las reglas más elementales de las relaciones internacionales. Una vez Mohamed VI anunció la buena nueva sobre el Sáhara, Sánchez filtró a El País una traducción al español de ese comunicado, asegurando que él era el autor original y que la escribió cuatro días antes de que Rabat la hiciera pública.

Pues bien, o esa carta no existió nunca, y fue una chapuza improvisada por Sánchez para disimular el chantaje que estaba sufriendo, o nadie es capaz de demostrar su existencia ni de probar cómo, cuándo y quién la redactó y trasladó con el calendario anunciado por el presidente del Gobierno.

No es una elucubración de este periódico: es la respuesta formal que, a regañadientes y tras una larga pelea jurídica, la mismísima Moncloa ha tenido que trasladar a El Debate, obligada por la ley. No existe documentación alguna al respecto de la carta que rindió a España ante Marruecos.

Las consecuencias son, en todo caso, las mismas: Sánchez cedió 50 años de posición española sin contar con nadie y a cambio de nada. Pero los medios son relevantes para entender sus razones: porque si lo hizo con una carta dictada por un Rey extranjero y asumida como propia para engañar a la ciudadanía, tras ser presionado por una operación de espionaje, no estamos solo ante una mala decisión.

Sería un acto de traición, cometida por el miedo personal a que trascendieran secretos hurtados por una potencia extranjera y presentada como una decisión política libre, voluntaria y soberana. La mera sospecha de que algo pudiera haber pasado así es suficiente para exigirle al presidente del Gobierno todas las explicaciones y respuestas que hasta ahora se ha negado a ofrecer.

Con una pregunta clave: ¿qué le sacaron de su teléfono y quién escribió esa carta que ahora sorprendentemente no aparece, señor presidente? Antes del 23-J, tiene la innegociable obligación de responder, sin trucos, generalidades, medias verdades ni mentiras completas.