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Desde la almenaAna Samboal

Los bolos de Sánchez

Con la lección muy bien aprendida, enfundado en vaqueros y con la sonrisa profidén puesta, el objetivo último del candidato socialista es conjurar el rechazo que genera entre una buena parte de su electorado natural

Tras una legislatura encastillado en la Moncloa, Pedro Sánchez ha decidido salir a hacer unos cuantos bolos para agradar al personal con su presencia. Como los artistas en verano. Ni sus más firmes críticos podrán negar que arrestos no le faltan para saltar a la plaza las veces que haga falta si la necesidad apremia. Y él, especialista como es en salvar in extremis el curso, no dejará verbena sin tocar, aunque no le hayan invitado. Cortesía obliga, aunque él no la haya mostrado. Su trayectoria acredita que tiene la piel lo suficientemente dura para presentarse con toda naturalidad en casas en las que le han puesto a escurrir en los últimos meses y sabe que, después de su visita, aunque sólo sea por educación, mostrarán un poco más de reparo a la hora de criticarlo. Eso que, de entrada, lleva ganado.

Con la lección muy bien aprendida, enfundado en vaqueros y con la sonrisa profidén puesta –aunque la procesión vaya por dentro–, el objetivo último del candidato socialista es conjurar el rechazo que genera entre una buena parte de su electorado natural. Son muchos los que reniegan de sus chalaneos con Ezquerra y Bildu para aprobar la Ley de Memoria Democrática o a los que les indigna la derogación de la sedición. Son aquellos a los que sus recurrentes mentiras les provocan sonrojo. Quizá por eso las bautiza como rectificaciones, a ver si así da menos reparo votarlo –desde que Zapatero empezó a tocar el diccionario, ya nada ha sido lo mismo–. En todo caso, difícilmente conseguirá hacerles cambiar de opinión, la suya es una toma de posición política basada en hechos, racional, probablemente meditada.

Hay otros tantos –en eso lleva razón el candidato socialista, aunque nunca usaría estos términos para describirlo– a los que su sola presencia en la pantalla de televisión les pone enfermos, les revuelve las tripas. Personalmente, no había recibido tantos whatssap recomendándome apagar la tele como en los últimos días en los que el candidato ha decidido pasearse por los platós de Atresmedia –porque de ahí, de momento, no ha salido–. Ni siquiera en esas jornadas verdes o azules en las que se reivindica el planeta limpio. Un sentimiento similar, tanto o más visceral, despertaron en sus días Aznar y Zapatero, pero, a diferencia de Pedro Sánchez, ellos provocaban rechazo entre personas que nunca hubieran estado dispuestas a votarle. El actual presidente suma a un lado y otro del espectro político. ¿Por qué?

Cuentan los libros de marketing que una azafata de una célebre aerolínea se negó a a asistir a uno de los viajeros de su vuelo, hasta en tres ocasiones seguidas, simplemente porque era un hombre de color. Cuando la dirección de la empresa tuvo noticias de su comportamiento, la despidió de inmediato y pidió disculpas al hombre en cuestión. Él les hizo saber que no podría olvidarlo porque lo importante no era lo que le habían dicho, sino lo que le habían hecho sentir.

En estos cinco años de legislatura, desde la Moncloa, los Sánchez, Belarras, Monteros e Iglesias, al que no le han llamado violador o terrorista le han tachado de facha, franquista mafioso o ricachón sin corazón y escrúpulos… Han generado discordia en las pandillas de amigos y en los hogares, han criminalizado a personas por mera conveniencia. ¿Será el rechazo que sienten a este hacia este gobierno muchos ciudadanos el fruto de lo que les han hecho sentir? Si es así, por muy convencido que esté el presidente de que va a revalidar la victoria, difícilmente se cambia haciendo un verano de bolos.