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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Feijóo o la normalidad

El líder del PP irradió una normalidad ante Pablo Motos que a los españoles nos reconfortó después de cinco años de salón del Far West

Las hormigas «fachas» y su presentador, un «fascista redomado» según sostienen los podemitas, nos acaban de mostrar en la tele a un señor normal que escucha a Julio Iglesias, cuya principal característica y valor es no ser como Pedro Sánchez, y eso ya es su mejor activo político. No es narcisista, ni pedante, ni trapacero, ni mentiroso, ni manipulador, ni vengativo, ni inmoral. Tendrá defectos Feijóo, pero los fundacionales del sanchismo –asumidos ya por el propio Pedro– no son los suyos. Y para una ciudadanía que huye de chapotear en las trolas de el «yo, me, mi» de su presidente, el compadreo con malos muy malos y de una despiadada concepción del juego político que consiste en que quien no esté conmigo tiene los días contados (sobre todo si son de su partido), ha proporcionado efectos balsámicos encontrar en El Hormiguero a una persona seria, con sentido de Estado, derrochando sentido común, y hasta defendiendo sus contradicciones morales, en un ejercicio de humildad que todos hemos hecho alguna vez; él lo hizo al tomar la decisión final ante la enfermedad que llevaba irremediablemente a su padre a la muerte, o con el respeto absoluto por la diversidad sexual sin que eso suponga la militancia en una religión progre de sometimiento de las mayorías a las minorías. Fue didáctico frente a temas no resueltos como los pactos con Vox, y lo suficientemente ambiguo para acoger en el partido a los huérfanos del sanchismo que buscan certezas tras el tsunami ideológico del último lustro.

Feijóo tiene un semblante serio, de los que te imaginas estudiando para notarías, pero con sorna suficiente para no tener que rehuirle cuando te llama para tomar cañas. No es el guaperas marrullero que nunca llegará a nada importante –hasta que topa con la política española que te hace presidente– pero que consigue un doctorado a base de copiar la tesis, mentir a sus padres y traicionar a los compañeros. Por eso, el líder del PP irradió una normalidad ante Pablo Motos que a los españoles nos reconfortó después de cinco años de salón del Far West, con un tahúr de chaleco multicolor, baraja marcada y cartas escondidas en la manga.

Las urnas no son el share televisivo; pero que, a pesar del despliegue hiperactivo de Pedro Sánchez en los medios, o quizá por eso, el aspirante a sucederle haya conseguido tres puntos por encima del presidente en audiencia, a lo mejor se explica por la necesidad de los españoles de acogerse a sagrado con alguien con políticas de altos vuelos y al que le comprarías un coche usado sin temer que te lo dé sin catalizador y con los frenos gastados. Porque los españoles quieren un líder que no levanta la bandera de la sanidad pública como mitin propagandístico, pero que la ha construido en la Comunidad de Madrid y sostenido en la Xunta de Galicia. Obras son amores y no eslóganes progres.

Al gallego de Os Peares se le vio nervioso al principio del programa, como le pasaría a la mayor parte de los españoles y eso también situó el escenario televisivo en su justo término. Un presentador con años de experiencia frente a un entrevistado respetuoso con el medio, la audiencia y sin arrobas de soberbia y chulería matonil. Quizá el tono calmo no sea el más efectista comparado al insulto y a la última versión victimista que ha adoptado el exalero del Estudiantes, pero al cabo hace más daño porque en él se reconocen la mayoría de los españoles que no van haciendo de calimero por el mundo, eso sí, en perfecto inglés, ni faltando a diestro y siniestro con la mandíbula a punto de estallar de ira. Como ese en el que quizá otro gallego, Fernández Flores, pudo basar, como una premonición, la rotunda frase: «Era tonto, pero era políglota, con lo cual decía sandeces en varias lenguas».

Hace 61 años nació un niño al que bautizaron como Alberto en Os Peares, un lugar entre dos ríos, cuatro municipios y dos provincias –eso es la transversalidad–, donde su población no llena un cuarto de urna en las votaciones. Treinta años estuvo en el servicio público y votó a Felipe González hasta que Manuel Fraga lo fichó para el PP. Ha sido presidente de la Xunta de Galicia durante 13 años y, después de negarse al menos en dos ocasiones, ha llegado al liderazgo de un partido que tendrá que pactar con Vox, la otra derecha -tan respetable o más que otros partidos que la atacan-, un partido que nació cuando el PP dejó huérfanos a parte de sus votantes. Pues a eso debe aplicarse y a gestionar este sindiós. Trancas y Barrancas lo colocaron hace dos noches en el punto de salida hacia el 23 de julio.