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Agua de timónCarmen Martínez Castro

Weber en Extremadura

Finalmente habrá gobierno de cambio en Extremadura, se despeja la amenaza de un adelanto electoral y se pone punto final al culebrón

Hace más de 100 años que Max Weber acuñó la famosa distinción a la que se enfrenta cualquier político profesional entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. Desde entonces la pugna entre ambos conceptos se ha convertido en un clásico recurrente en cualquier análisis político. También en Extremadura.

Si Weber estuviera vivo, sin duda hubiera escogido a la líder del PP extremeño, María Guardiola, como el mejor ejemplo práctico de sus teorías; en apenas 10 días Guardiola nos ha ofrecido las dos versiones de la política. El 20 de junio, cuando fracasaron sus primeras negociaciones con Vox, compareció ante los medios haciendo de sus convicciones personales una bandera irrenunciable: nunca iba a permitir la entrada de Vox en su Gobierno porque se lo impedían sus principios. Incluso se permitió coquetear con la hipótesis de la repetición electoral. Sin embargo, el día 30 de junio presentó su acuerdo político con Vox, les concedió una consejería en su Gobierno y justificó su cambio de postura: «Mi palabra –dijo– no es tan importante como los extremeños».

Hay quien ve en este cambio un alarde de impostura y un ejemplo más de la falta de honorabilidad de los políticos. Yo, sin embargo, veo en esa humillante rectificación pública un monumento a la ética de la responsabilidad. Guardiola se ha tragado sus maximalismos y Vox sus exigencias desmesuradas. Finalmente habrá gobierno de cambio en Extremadura, se despeja la amenaza de un adelanto electoral y se pone punto final a un culebrón que ha distorsionado la campaña electoral de los populares y opacado una brillante gestión de los pactos municipales. Incluso el socialista Fernández Vara se puede retirar tranquilo, que es lo que lleva deseando desde hace tiempo.

A pesar de los indudables beneficios del pacto extremeño, hay quienes descalifican a Guardiola por su rectificación, evalúan el grave daño que se ha autoinfligido y le señalan la puerta de salida de la política. Argumentan que Guardiola ha hecho exactamente lo mismo que hizo Sánchez en 2019: desdecirse de sus palabras y de su altanería para llegar al gobierno. Hasta ahí tienen razón. Pero aquel cambio de opinión de Sánchez solo fue el principio de una enorme sarta de mentiras que nos ha ido endilgando sin sonrojo alguno durante estos años. La cara de María Guardiola el viernes pasado es la prueba irrefutable de que a ella al menos sí le importa haberse tenido que comer sus palabras por responsabilidad.

Guardiola habría tenido que dimitir si su empecinamiento hubiera llevado a un adelanto electoral, pero ha sido capaz de enmendar su error y alcanzar un acuerdo para un gobierno de cambio, que es lo que esperaban sus votantes y los de Vox desde la misma noche electoral.

Ahora que ha aprendido la importancia de la ética de la responsabilidad por encima de las convicciones personales es cuando María Guardiola debe quedarse y gobernar Extremadura. Y debe hacerlo con la prudencia y la serenidad que sin duda habrá aprendido en este rocambolesco episodio.