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Enrique García-Máiquez

Sentido, bien y denominador comunes

Lo que no tiene sentido (común) es exigir una identificación absoluta con nuestra manera de ver, de sentir y de presentir la vida. Sin denominador común, tendríamos en España 48 millones de partidos políticos

Desde que se hizo público que me presento como número uno al Senado por Vox en la provincia de Cádiz como independiente, recibo muchas cartas electrónicas. En teoría, mi paso adelante iba a ser un gesto mínimo en defensa del compromiso de los escritores, una apuesta por la necesidad de revitalizar intelectualmente el Senado y un granito de arena (o de sal) para normalizar el pensamiento conservador en un mundo donde se piensa que la izquierda tiene el monopolio de la cultura; pero en la práctica está exigiendo bastante… práctica. En una amplia mayoría, las cartas son de personas estupendas que querrían votar a Vox pero que encuentran en el programa o en las personas o en los tonos algunos aspectos que no concuerdan al 100 % con sus ideas, sentimientos o estilo.

Eso me parece natural y no he venido aquí a hacer propaganda electoral, sino análisis. Agradezco que unas circunstancias tan particulares me hayan puesto en la situación de detectar un tic contemporáneo. Me faltaría quizá contrastar mi situación con algún amigo que se presente por el PP o por el PSOE o por Sumar, y me confirme si le pasa lo mismo. Mi sospecha es que le pasará… menos. Pero también.

En cualquier caso, con mi experiencia vale para el diagnóstico. Los emails que recibo vienen a afear, como digo, a Vox que no se adapte como un guante a los postulados de mis amables interlocutores. Son postulados excelentes. Ejemplo: un cristiano profundamente comprometido con la situación de los emigrantes ilegales. No ve caritativo que un partido que aspira a gobernar en España proponga el cumplimiento de la ley. Yo aplaudo su vocación (no sé si llevada a la práctica o no) de abrir su casa a cualquiera que viene de fuera; pero le respondo que sería peligroso para el conjunto de la sociedad y para el mismo bienestar que vienen buscando esos emigrantes no ordenar con responsabilidad la inmigración. Dos días después estallan los sucesos de Francia.

Estamos ante un síntoma más del extremado individualismo que han inoculado culturalmente y que ha acabado imponiéndose en nuestra civilización. Hemos perdido buena parte de la noción de sentido común y casi toda la de bien común. En ambas nociones, rige, por debajo, otro concepto aparejado: el denominador común. Esto es, hay que comprender que algunas legítimas posturas personales propias no entran en ese denominador común. Imaginemos el voto de pobreza de un fraile franciscano o la vocación de silencio de un cartujo. No puedo admirar a ambos más, pero sería catastrófico pretender extender ese estado de perfección al resto de la sociedad.

El bien común exige una rebaja en las expectativas de cada cual para cimentar una base social firme para todos, a partir de la cual uno pueda construir y proponer su proyecto. «Timeo hominem unius libri», decía santo Tomás de Aquino refiriéndose al peligro que tienen los fundamentalistas de una sola idea o doctrina particular. El bien común corrige este peligro en el debate público. Consiste en dar un paso o dos atrás para tomar luego carrerilla personal libremente en cumplimiento de los sueños o vocaciones individuales.

Ya advertí que este artículo no era propaganda electoral. Teniendo claro el factor reductor del denominador común, el ciudadano ha de encontrar con honestidad casi matemática qué partido le ofrece un máximo común denominador acorde a sus principios, y votarlo. Lo que no tiene sentido (común) es exigir una identificación absoluta con nuestra manera de ver, de sentir y de presentir la vida. Sin denominador común, tendríamos que tener en España 48 millones de partidos.