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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Yolanda, ¿pero en qué mundo vives?

Tu problema es evidente: te niegas a asumir cómo funciona una economía abierta, y además, haces trucos contables con el paro

Querida Yolanda. Esto del periodismo es fatigoso. Entre otras servidumbres te obliga a estar pendiente de lo que vais diciendo por ahí tú o tu jefe. En esa línea de masoquismo aplicado, este domingo me flagelé viendo un rato el directo de tu mitin en Toledo (en un recinto con aforo para 250 personas, pero por supuesto emitido por TVE como si estuvieses hablando en el Yankee Stadium).

Aún conociéndote, te confieso que me quedé asombrado ante la simpleza e irrealidad de tus proclamas, expuestas por supuesto con la pomada de merengue marca de la casa. Expones con vehemencia los clichés más sobados y vacíos del catecismo podemita (a los que, por cierto, crucificaste sin pestañear). Pero haces gala de un desconocimiento irresponsable respecto a cómo funciona una economía de mercado. Y te guste o no es aquella en la que vivimos, a la espera de que los tuyos –sigues conservando tu carnet del vetusto Partido Comunista– logréis instaurar el paraíso en la tierra de la dictadura del proletariado.

Tu recetario populista cabe en una cara de un palillo plano. Siempre la misma monserga simplista: que «los ricos» paguen más impuestos, currar menos horas cobrando lo mismo e inventar nuevos subsidios (el último que se te ha ocurrido es regalar 20.000 euros a cada español que cumpla 18 años; pero ya puestos, ¿por qué no 40.000?). En tu mundo de fantasía tardomarxista no existe la competencia, ni la liza comercial con otros países, ni la necesidad de ajustar costes para ser competitivo, ni el éxito empresarial como base del empleo. Tampoco hay que preocuparse por las cuentas públicas, pues como concluyó la gran Carmen Calvo en frase memorable «el dinero público no es de nadie». El gasto ha de ser ilimitado, porque a diferencia de lo que sabe cualquier familia, en el comunismo caviar no manejáis el concepto de «deuda».

Querida Yolanda, vamos con un ejemplo facilón que puede que te resulte didáctico: si no existiese la economía abierta con su creatividad, si imperasen la drástica igualación a la baja y la condena de los empresarios que tu propugnas, ahora mismo vestirías una austera camisa Mao, y no el florido guardarropa que te proporcionan las mejores firmas privadas del textil. Si solo existiesen peluquerías del Estado, ten por seguro que no lucirías las efectistas mechas de «hair club» caro que han relanzado tu imagen, seguirías con la palestina y el pelo negro aplastado con el que te conocíamos en Galicia (cuando obtuviste cero escaños las dos veces que te presentaste a presidenta de la Xunta y donde iniciaste tu inaudita carrera de traiciones encadenadas con un facazo al abuelete nacionalista Beiras, inicio de una carrera que culminaría con la purga de los Montero-Iglesias, a pesar de que fue el dedazo de Pablete lo que te regaló sin mérito alguno una vicepresidencia de España).

Yolanda, no solo hay problemas con tu ideología, también suscita pequeñas dudas tu pasta moral. Repite conmigo en plan Barrio Sésamo: falsear los datos del paro con cambios semánticos no está bien, supone una estafa a los españoles, y muy especialmente a aquellos que sufren la plaga del desempleo. El mes pasado, un estudio de la Unión Sindical Obrera (USO) reveló que en España hay un millón de parados más de los que estás contabilizando con tu truqui de los fijos discontinuos. Te preocupan tanto los trabajadores… que los engañas para que no sufran, imagino. Mientras tú y tu jefe os tiráis el pisto de que la economía «va como una moto», la cifra real señala que 3,7 millones de españoles están sin trabajo. Un desastre.

Querida Yolanda, estamos seguros de que en un futuro seguirás revolviendo, porque posees dotes acreditadas para la intriga. Obtendrás unos escaños el 23-J –hay gente para todo– y hasta emergerás como una de las figuras que intentarán obtener rédito del previsible naufragio del viejo «Titanic» (el PSOE). Pero te escucho, repaso tu retahíla de lugares comunes perfectamente equivocados, y me viene a la cabeza el título de aquella canción que le dedicó Lennon a McCartney cuando se tiraron los tratos a la cabeza tras la ruptura de los Beatles: «¿Cómo puedes dormir por la noche?».

Imagino que en tu caso roncarás como una piedra, soñando feliz con el siguiente peldaño de tu escalada, porque disfrutas de la singularidad de que las evidencias matemáticas, el sentido común, las lecciones de la experiencia, la coherencia y la lealtad te importan tanto como a mí la reproducción del tapir malayo.