Los 20.000 euros de Yoli
Tenemos a una comunista disfrazada que aspira a ejercer de madre de todos los hijos de España
Yolanda Díaz habla como la Cenicienta, pero es la madrastra. Su última propuesta, dar 20.000 euros a los jóvenes cuando cumplan 23 años por el concepto de «herencia universal», remite a un universo comunista clásico donde el Estado penetra hasta en el último rincón de la libertad individual y se apropia, incluso, de la paternidad de los hijos, capaces en esos regímenes de delatar a sus padres para agradar al partido.
En la URSS, durante décadas, se difundió como cierta la historia falsa de un chaval de 13 años, Pavlik Morózov, que fue asesinado por su propia familia al descubrirle delatando al padre por alta traición al Estado, que lo adoptó como mártir e icono del ciudadano modélico, de estricta observancia soviética, sin otro padre que Stalin ni otro abuelo que Lenin.
El borrado de las fronteras tradicionales de la familia es, junto a la anulación de los símbolos y la recreación de una iconografía nueva, el truco recurrente de los sistemas que aspiran a implantar un nuevo catecismo ideológico sumiso al poder, complaciente con él y sin otras lealtades que las exigidas por él.
La madrastra no puede llegar a tanto, aunque le gustaría y lo haría en otro tiempo, pero si llega hasta donde puede en su furor comunista, disfrazado con ropa de marca y verbo cercano para disimular la verdadera alma que la posee.
Su medida no es solo un dislate económico, como le ha tenido que recordar hasta Nadia Calviño, que algún día volverá a aprender a sumar cuando se desintoxique de sanchismo en alguna clínica europea. También es un despropósito social dirigido a planificar una sociedad clientelar e intervenida, pastueña y lanar, en la que el principal movimiento del ser humano sea estirar el brazo para poner el cazo o depositar el voto correctamente en la urna.
Pretender que ella, u otros como ella, tienen más criterio y mejores intenciones que los propios padres hacia sus hijos legitima, a sus ojos, la cruel confiscación de sus recursos para repartirlos con arreglo a sus delirantes patrones ideológicos, sustentados en la negación de la identidad personal y la apuesta por el colectivismo, que es más típico de un establo o de una granja que de una sociedad libre e independiente.
Pero no hay que engañarse: Díaz no es una excepción, sino la norma ya endémica en una progresía que, al verse fracasada en su tarea de favorecer el progreso económico real, decide nacionalizar la menguante riqueza para generar la falsa idea de que todo el mundo puede vivir del Estado, aunque en realidad es el Estado quien vive de todo el mundo.
Pedro Sánchez ya anunció algo parecido en aquel adefesio que llamó «Agenda 2050», yendo 20 años más lejos aún que la otra agenda estúpida que ha adoptado toda Europa. Y su ministra de Educación, Isabel Celáa, ya dejó claro que los hijos eran del Estado, al aprobar una ley nefasta a efectos pedagógicos pero fantástica para ampliar el establo.
Los comunistas solo funcionan hasta que se acaba el dinero ajeno, que ya está en números rojos, pero incluso después encuentran la manera de convertir la pobreza en un negocio político. Mientras ellos no se privan de nada, porque Sumar para sí mismos sí saben. Con todos los demás sólo saben restar y dividir. Con faltas de ortografía, claro.